Asi se tradujo aquí The real thing, de Tom Stoppard, si bien sería más correcto verter el título como "lo genuino": la obra trataba, efectivamente, sobre la incierta frontera entre los hechos y la ficción. La invención del cine y la fotografía en el marco de una sociedad que veneraba la ciencia hicieron creer, a finales del XIX y principios del XX, que la Verdad (¡Con mayúsculas!) podría ser alcanzada más fácilmente en todos los campos. Pero fotografía y cine estuvieron casi desde su origen al servicio de la falsificación, fuera por razones artísticas o políticas. Como el teatro, por supuesto. La transgresión de la frontera entre público y espectáculo, tan celebrada por las vanguardias, adquiere un inquietante matiz como peligrosísimo mecanismo de confusión.



A lo largo del siglo pasado hemos presenciado la transformación de nuestra civilización no ya en sociedad del espectáculo, sino en sociedad de la mentira, instalada con impertinencia en todos los aspectos de nuestra vida con la complicidad de lenguajes y tecnologías, y de la desidia de una ciudadanía que prefiere el embuste cómodo a cualquier tipo de verdad, la foto bonita antes que la idea. Atiborrados de ficción (miles de libros, películas, series, espectáculos...) los seres humanos viven hoy como personajes más que como personas. Incluso cuando se ponen en acción: los acampados en Sol, por ejemplo, se gustan demasiado a sí mismos haciendo de revolucionarios para ser revolucionarios de verdad.



Recientemente publiqué una columna donde transcribía la conversación real con el responsable del Ayuntamiento de Parla, que me debe dinero. Muchos lectores me han escrito pensando que era ficción: las respuestas del tipo les resultaban demasiado cínicas para parecer verdad.