Fernando Aramburu
Michel Houellebecq es un escritor menor. Quien se haga aspavientos leyendo esto no ha entendido una línea de sus libros. No otra ha sido la carta que ha jugado con éxito este habilidoso tirador de piedras a la Luna. Ciertas formas gárrulas del nihilismo, que a nada comprometen (como atacar de palabra al capitalismo que le da privilegios), han hecho de él un personaje público. Acostumbra decir cositas: se considera un crucificado de la sociedad, el mundo le parece un supermercado espantoso, no cree en lo literario de la literatura.
Su última novela atenúa el propósito provocador de libros precedentes. Hasta se atreve con un arte difícilmente dominable para quienes renuncian al estilo: la ironía. Reúne coloquios sobre esto y aquello; ensaya ejercicios varios de literatura convencional; se convierte él mismo en personaje finalmente descuartizado. El castigo ha sido brutal: le han concedido el Goncourt. Otra fiera domada.