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Opinión

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Por Agustín Fernández Mallo Ver todos los artículos de 'Ctrl+Alt+Supr'

9 septiembre, 2011 02:00

Agustín Fernández Mallo


Hará unos tres años que, en un viaje en avión de Madrid a Mallorca, el tipo que se sentó a mi lado dijo ser cazador profesional; venía en ese momento de algún lugar de África. No me habló de animales, sino de que, pocos días atrás, en otro viaje en avión, quien iba en el asiento de al lado resultó ser un director de cine, nacido en Rusia, que estaba en ese momento rodando una película sobre las antípodas. El tema me pareció fascinante porque me interesa mucho todo lo que tiene que ver con el doble y la duplicación; dónde llegas cuando atraviesas la Tierra en línea recta con una aguja. La película se ha presentado estos días en la Mostra de Venecia, bajo el título, ¡Vivan las antípodas!, el director es Victor Kossakovsky y, según ha dicho, las antípodas de la Plaza Roja de Moscú son agua, y también las de La Casa Blanca. Me interesa la idea porque muchas veces me he preguntado qué buscamos cuando consumimos un producto cultural, sea un libro, una película, una teoría científica, un verano o la bolsa de patatas fritas que agotamos hasta su final, qué esperamos encontrar al otro lado de esa experiencia, ¿algo que ya suponíamos, o algo totalmente inesperado, sus antípodas? ¿No ocurre muchas veces que llegas al final de un libro y ves que todo es agua? Eso me parece muy bien. Pocas obras que no lleven dentro su refutación, sus antípodas, me resultan creíbles.