Ignacio García May



En 1987, cuando el CDN se disponía a producir mi primera obra, Lluís Pasqual, a la sazón director del teatro, me convocó a su despacho para hablar del reparto. Como espectador habitual del María Guerrero, yo conocía bien a los actores que entonces solían trabajar en él y por tanto me resultó fácil seguir las propuestas que Lluís fue desgranando para cada papel. En un momento dado me atreví a interrumpirle con una tímida solicitud: había escrito el personaje de Tritón pensando en Walter Vidarte. ¿Sería mucho pedir contar con él? Pasqual sonrió, supongo que divertido con mi juvenil apocamiento, y levantó el teléfono. Creo recordar que Walter estaba casualmente en el teatro aquel mismo día; o quizá sólo sea un espejismo de la memoria y el encuentro tuviera lugar al día siguiente o al otro. Lo que importa es que, desde el momento mismo en que entró por la puerta con aquella magnífica sonrisa suya de Peter Lorre uruguayo, fue todo generosidad y simpatía con aquel absoluto novato que yo era entonces.



Bastantes años más tarde, Eduardo Vasco y yo montamos Los vivos y los muertos y coincidimos desde el principio en que Walter era el actor ideal para hacer uno de los protagonistas. En cierto momento nos preocupamos porque daba la impresión de tener problemas de memorización con el largo y complicado monólogo que cerraba la función. ¡Hijo de puta!, gruñó Walter, no es que no me sepa el texto, es que me emociono con esta mierda y no puedo seguir hablando. No sólo le vimos, asombrados, conquistar aquella montaña de palabras, sino que convirtió la escena en un monumento a su talento actoral: todavía se me ponen los pelos de punta recordándole. Descanse en paz.