Fernando Aramburu



Lo obvio, que entonces pocos vieron, no pasó inadvertido a Manuel Chaves Nogales: nunca la libertad sobrevive a su imposición. Mientras la mayoría se fanatizaba cómodamente en casa, él, periodista de raza, visitó Rusia, entrevistó a Goebbels, mirando dentro de las ollas revolucionarias donde hervía lo que más detestaba de sus congéneres: la estupidez y la crueldad. Reunió méritos para morir ante un paredón de Franco, en una checa comunista, una saca de anarquistas o un sótano de la Gestapo. Habría perdido la guerra seguro, puesto que profesaba la convicción democrática. Una muerte trivial lo privó de perfil mítico y a nosotros de nuevos frutos debidos a su fecunda lucidez. En medio de las jaurías, perseveró en la extravagancia de pensar por su cuenta. El tiempo, que tanto arrastra, ha respetado su nombre. Invita a incorporarlo a la memoria colectiva el magnífico escritor que había en él.