Francisco Javier Irazoki.



A muchos creadores de literatura erótica se les afea la prosa descuidada y un fondo de moralina. En Francia, esta clase de escritura ha ido con frecuencia en compañía de la hojarasca filosófica. Como si los autores necesitasen pedir perdón por ser libres al escribir unas páginas. Conocidas las desventuras del Marqués de Sade, arrestado en fortalezas o recluido en manicomios durante cerca de tres décadas que comprenden tres sistemas políticos, Georges Bataille decidió parapetarse detrás de algunos seudónimos y de bastantes cautelas. Envolvió con gasa retórica sus atrevimientos. Dudo que la pedantería y el deleite sean compatibles. Esos miedos son impensables en el escritor cubano Juan Abreu. Guiado por la lucidez de Reinaldo Arenas, se subió a un pequeño barco para huir del régimen totalitario de su país. Vive en la provincia de Barcelona. Después de publicar siete novelas, acaba de entregarnos su catálogo de placeres: Una educación sexual (Linkgua ediciones). Llevábamos tiempo a la espera, al menos en España, de un libro tan sincero sobre nuestras intimidades. Juan Abreu pone el ingrediente del humor en la mayoría de los capítulos: una fiesta de palabras en la celebración de los sentidos. Sin dejar de sonreír, señala las imposturas. Desobedece al arrepentimiento porque jamás encuentra claridad en la culpa. No hay lagunas morales en su gozo. Nos dice con buena prosa que la alegría carnal es para él una forma de limpieza ética.