Marta Sanz



Impedimenta publica Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, de Daria Galateria: Colette puso un salón de belleza; Gorki fue pinche; Kafka, agente de seguros... La "profesionalización" del escritor es también hoy un privilegio. Además, desconfío de los escritores que no se enfangan en las cosas comunes: los que no escriben desde dentro sino desde la veranda, no bajan a hacer la compra y piden al servicio que les sirva el té. De esos escritores ya casi no quedan. Conozco a escritores que escriben diccionarios, se dedican al periodismo o al precarizado arte de enseñar; escritores libreros; escritores abogados especialistas en divorcios; escritores que investigan la sinapsis del ratón, que trabajan en hamburgueserías o reciben un sueldo de una empresa municipal de basuras. Escritores taxistas y escritores ama de casa. Escritores inéditos y escritores que, además de inéditos, están en paro. Lo que prestigia y alimenta -es lo mismo: tanto ganas, tanto vales- a los escritores que sirven copas y a los que asesoran a un presidente es su "trabajo forzado" y no su dedicación a la escritura. Ser escritor ya no es un sacerdocio; tampoco un oficio: está mal visto pretender ganarse así la vida. Quizá deberíamos practicar el crimen y la estafa como esos Escritores delincuentes que recopila el magnífico José Ovejero. Tal vez, la delincuencia sea nuestra única oportunidad para ganarnos el pan y la simpatía popular. O tal vez es que la buena escritura es siempre una acción delictiva.