Agustín Fernández Mallo

A falta de menos de 100 páginas para terminar la lectura de El rey pálido, novela póstuma de David Foster Wallace, sé ya que lo que en el prólogo afirma Michael Pietsch, compilador del material, contra todo pronóstico es cierto: El rey pálido trata del aburrimiento. Y de economía. Centenares de páginas dedicadas a explicaciones técnicas acerca del modo en que funciona la Agencia Tributaria estadounidense. Personajes al servicio de ese cuerpo abstracto. Sólo el último autor de lo que se dio en llamar posmodernismo podía hacer algo así, ironizar con la economía que vendría, no hablar del aburrimiento sino "mostrarlo" en casi 600 páginas tal como se mostraría una metafísica del tiempo muerto. No es la épica del humano intervenido en El proceso, sino el kafkiano proceso del propio Proceso (Económico-Administrativo), descrito con la minuciosidad de un Faulkner o un Benet aplicados a la creación de un territorio llamado Agencia Tributaria. Decididamente, Wallace, siempre adelantado, en sus últimos años ya veía la actual "broma infinita". Hay mucho humor, pero siempre al servicio del aburrimiento. En un pasaje un tipo pergeña su obra teatral, que ha de ser "totalmente realista": un actor revisa "formularios y retenciones", pasa páginas en silencio, sólo eso. Al principio el público se incomodaría; a la media hora todos deberían haber abandonado la sala. La contemplación de la Realidad es lo más aburrido. La Realidad es un tipo que repasa declaraciones de la renta en una sala vacía.