Fernando Aramburu
Otros artistas optan por encerrarse en la rutina del taller, empeñados en el dominio y depuración de la técnica. Michelangelo Merisi da Caravaggio acumuló una turbulenta biografía. No pocas peripecias le sucedieron fuera de los márgenes fijados por la ley. Hombre de trato difícil y hierro rápido, se le atribuyen delitos de sangre, pendencias, fugas. No está claro si lo mataron las fiebres o quienes lo perseguían. Parece que buscó placer en cuerpos jóvenes de su sexo. Seguramente ninguno de estos pormenores merecería atención al cabo de cuatro siglos si no fuera por la grandeza de su obra pictórica. Se advierten en ella atisbos de una personalidad inusual: perversa, provocadora, fascinante. Los prelados le encargaban imágenes para adornar paredes sagradas. Caravaggio entregaba santos avejentados y mugrientos, personajes bíblicos con la cara de conocidos mendigos, truhanes y prostitutas; escenas, en fin, de dudosa decencia apenas disimuladas con títulos devotos.
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