Image: La corona

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Opinión

La corona

Por Ignacio García MayVer todos los artículos de 'Portulanos'

17 febrero, 2012 01:00

Ignacio García May


Benavente, ese autor fundamental para la historia del teatro español al que desprecian todos los que nunca se han tomado la molestia de leerlo (y del que se representa Los intereses creados en el Canal de Madrid), escribió en 1906 una obra deliciosa titulada La princesa Bebe. No es que la dama en cuestión se entregue a la bebida: Bebe es el nombre cariñoso por el cual se conoce al miembro díscolo (o la miembra díscola, según se diría hoy) de la familia real suava. La geografía es irrelevante: Suavia (escrita con v, como corresponde, diga lo que diga la Wikipedia) es aquí, más bien una de esas Ruritanias que tanto juego dieron a la literatura de principios del siglo XX. La segunda parte de la obra transcurre en los casinos monegascos y es una comedia romántica a medio camino entre Lubitsch y Borzage. Pero es la primera la que sorprende leída hoy. Bebe se empeña en vivir su vida al margen del protocolo monárquico, lo cual provoca mil y un problemas al emperador, que aparece descrito como un abuelo unas veces gruñón y otras campechanote...

Me gustaría llegar a ver el día en que un teatro público estrene esa obra en programa doble con la valleinclaniana Farsa y licencia de la reina castiza. El argumento de ésta gira en torno al chantaje que un caradura pretende hacerle a Isabel II a costa de unas cartas donde se revela la vida licenciosa de la soberana. Como la obra sucede en España todos los implicados pretenden sacar tajada del asunto mientras la reina sigue a lo suyo. Incómoda reposa la cabeza que lleva una corona, escribió Shakespeare. Los autores españoles también lo han contado, pero no queremos darnos por enterados.