Fernando Aramburu



Algunos que han vivido un trance similar refieren que es más difícil admitir el prendimiento y posterior desaparición de un ser querido que su muerte. En tales ocasiones la incertidumbre se apodera de los que esperan, con distintos grados de ansia, una señal de vida. Sucede entonces una disociación dolorosa del tiempo. El tiempo (las horas, después los días, a continuación los meses) prolonga por un lado la ausencia del desaparecido, haciendo cada vez más improbable su regreso; por otro, acerca la contingencia de un desenlace que termine, si no con el problema, al menos con el tormento de la incertidumbre. La combinación de duelo y esperanza constituye una variedad sobremanera cruel de sufrimiento psicológico. En 1990, Egipto entregó un hombre a las autoridades libias. Hasta hoy no ha vuelto a saberse nada de él. Su hijo, Hisham Matar, acaso haya encontrado alivio tocando el tema en una novela.