Fernando Aramburu

Creí que por influjo de ellos la verdad había cambiado la casulla por la bata blanca, el templo por el laboratorio, la fe por la hipótesis demostrada. Podía suponer que practicaran algún tipo de pasión en sus ratos libres; pero no que fueran tan humanos. He tenido que plegarme a la evidencia. La lista de sus debilidades es larga. Científicos falaces, marrulleros, codiciosos, drogatas, podridos de envidia. Científicos que supeditan el rigor al éxito, que inventan o suplantan la sabiduría, que alcanzan fama con el fruto de sus plagios, que someten a los propios hijos a investigaciones arriesgadas y dolorosas, que ponen su cerebro al servicio de ejércitos y tiranías. Los hay, no obstante, de una honradez suprema. Se cuenta de Gerolamo Cardano (1501-1576) que calculó la hora exacta de su muerte. La tal hora lo pilló con una salud de roble. Consecuentemente, atajó el error suicidándose.