Fernando Aramburu
Creí que por influjo de ellos la verdad había cambiado la casulla por la bata blanca, el templo por el laboratorio, la fe por la hipótesis demostrada. Podía suponer que practicaran algún tipo de pasión en sus ratos libres; pero no que fueran tan humanos. He tenido que plegarme a la evidencia. La lista de sus debilidades es larga. Científicos falaces, marrulleros, codiciosos, drogatas, podridos de envidia. Científicos que supeditan el rigor al éxito, que inventan o suplantan la sabiduría, que alcanzan fama con el fruto de sus plagios, que someten a los propios hijos a investigaciones arriesgadas y dolorosas, que ponen su cerebro al servicio de ejércitos y tiranías. Los hay, no obstante, de una honradez suprema. Se cuenta de Gerolamo Cardano (1501-1576) que calculó la hora exacta de su muerte. La tal hora lo pilló con una salud de roble. Consecuentemente, atajó el error suicidándose.
Secciones
- Entreclásicos, por Rafael Narbona
- Stanislavblog, por Liz Perales
- En plan serie, por Enric Albero
- A la intemperie, por J. J. Armas Marcelo
- Homo Ludens, por Borja Vaz
- ÚItimo pase, por Alberto Ojeda
- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
- Otras pantallas, por Carlos Reviriego
- El incomodador, por Juan Sardá
- Tengo una cita, por Manuel Hidalgo
Verticales