Fernando Aramburu



Es de los que evitan mirar a la ojos de sus interlocutores. Parco en gestos, con fama de hermético, tiene pinta de haber sido el chaval apocado del que sus compañeros se burlaban. A muchos les gustaría seguir riéndose de él; pero ahora la risa es peligrosa. Vladímir Putin, aquel niño ruso que rezaba con mamá a escondidas, dirige el país más extenso del planeta como un zar, sólo que con más eficacia. Hace ejercicios de malabarista con las urnas electorales y, de vez en cuando, es tiroteado un opositor. Durante largos años ejerció la burocracia y la obediencia. Erróneamente se le tilda de mediocre. Es listo, paciente, y supo siempre lo que quería: ser el jefe de todos, exhibir el torso musculoso sobre un caballo, vestirse en público el kimono de judoca; mostrar, en suma, lo que durante tanto tiempo no pudo: que es macho y manda.