Ignacio García May



El fantástico Francis Hardy, curandero, es una suerte de Rashomon gaélico. Tres personajes explican en sucesivos monólogos sus diferentes interpretaciones de algo que sucedió tiempo atrás; primero en un pueblecito de la costa escocesa, "lo más al norte de Escocia que se puede llegar", y más tarde en una taberna a las afueras de Donegal, en Irlanda. Ambos episodios, combinados entre sí y en sus tres diferentes y complementarias versiones, permiten construir poco a poco la melancólica historia de Frank Hardy, charlatán encantador y falso curandero que, sin embargo, adquiere de vez en cuando, sin saber cómo y sin poder controlarlo, el poder de sanar realmente. El argumento se convierte en fabulosa metáfora sobre la naturaleza misteriosa de la creación artística. Porque para Frank sus actuaciones son sólo eso: espectáculo del cual obtener los medios para una magra subsistencia. Pero cuando la capacidad de sanación se apodera de él, el dolor, el placer y el desconcierto se fusionan en un huracán al que no le es dado oponerse. Juan Pastor ha dirigido esta pieza de Brian Friel en el Teatro la Guindalera con eso que sólo cabe llamar sabiduría: una mezcla de humildad y de autoridad que se basa no en hacer aspavientos con la puesta en escena, sino en comprender y mimar el corazón del texto. Las actuaciones son lo mejor que puede encontrarse a día de hoy en un teatro español: Bruno Lastra, María Pastor y Felipe Andrés dan una lección extraordinaria de lo que significa entregarse por completo a la construcción del personaje. Acaso Frank Hardy fuera un embaucador, pero este espectáculo que cuenta su historia posee la capacidad de sanarnos contra el mal teatro.