Fernando Aramburu



Ha habido sucesos trágicos en el mar con mayor número de víctimas mortales. Sin embargo, la memoria colectiva continúa otorgando al Titanic el honor del naufragio por antonomasia. Las razones son múltiples. Cada generación humana las actualiza al evocar el célebre hundimiento. Se mantiene así viva la llama del mito. La distintas clases de viajeros reproducen en un espacio limitado, como de escenario teatral, las estructuras sociales de los países industrializados. La variedad de conductas, entre la resignación y el pánico, entre la heroicidad desatada y el egoísmo cobarde, alientan en nosotros un juego vasto de identificaciones y rechazos. Numerosos testimonios han ido construyendo de forma paulatina un relato coral, rico en zonas oscuras, en versiones contradictorias, cuyo interés renace con el descubrimiento de nuevos detalles. Hoy disponemos de imágenes del pecio. Incluso han sido rescatados objetos del fondo marino. El Titanic se hundió, pero el negocio flota.