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Opinión

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Por Agustín Fernández MalloVer todos los artículos de 'Ctrl+Alt+Supr'

20 abril, 2012 02:00

Agustín Fernández Mallo


En la calle 3, entre la Avenida B y C, Nueva York, se halla el Nuyorican Poets Café, garito ligado inicialmente a la escena puertorriqueña neoyorquina pero universal hoy, y que desde mediados de los años 70 acoge a todo tipo de creadores, performers, poetas y músicos -por ahí pasó algún que otro beatnik después famoso-. Llegas, te apuntas y sales al escenario cuando el maestro de ceremonias te llama. Tienes 5 minutos. El otro día salió a la palestra el ensayista español Eloy Fernández Porta, recitó su poema, "El Ministerio de Los Instintos". Lo filmé, claro: http://www.youtube.com/watch?v=Hy_W0WYBM94 .Todos cuantos pasaron por aquel escenario, cien por cien amateur, acumulaban mucha más profesionalidad que otros que cobran por ello. En todo desarrollo estético llevado a cabo por un aficionado, es decir, aquel que ni vive ni cobra por lo que considera el relato pasional o paralelo a su cotidianidad, hay destellos, momentos, de gran lucidez, incluso a veces geniales. Es un proceso que se parece más al despliegue orgánico de las cosas que al silogismo aristotélico. Algo que se parece más al último Cervantes que a todo Quevedo. La construcción de la materia y del tiempo a través de la inocencia. Parece como si la ironía que caracterizó a la posmodernidad ya no valiera, como si tras el 11-S hubiéramos vuelto al grado cero de la inocencia, el amateurismo que destella, el vídeo casero que conmueve, el concierto casi en familia -que suena mal pero gusta-, especie de primitivismo digital.