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Opinión

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Por Francisco Javier Irazoki Ver todos los artículos de 'Radio París'

4 mayo, 2012 02:00

Francisco Javier Irazoki

Se cumplen silenciosamente cien años de su nacimiento. Como la mayor parte de las personas y quizá todos los artistas, Dionisio Ridruejo tuvo una psicología poliédrica. De ahí que los cazadores fracasen cuando pretenden capturarlo. Casi cuatro décadas después de su muerte, aún huye de las semblanzas definitivas. Sin embargo, el poliedro de su carácter mostró siempre dos caras bien visibles: la transparencia y el coraje. Hijo de una familia de menestrales y de una España convulsa, no maquillaba el error grave de juventud: la adhesión al fascismo. Entonces deseaba una salida drástica para alejarse del hastío, pero no le interesaron los privilegios del poder. Muy pronto tuvo la grandeza de declararse perdedor de la guerra que había ganado y, tras lenta evolución, quiso pasar los veinte últimos años de la vida luchando a favor de la democracia. Alcanzó fama por versos de serenidad fría, pero ahora sentimos que su principal fuerza poética está en la prosa. Se define al afirmar que Josep Pla fue un excelente paisajista literario y un poeta antirretórico. En el caso de Dionisio Ridruejo, esas características llevan el peso de los esfuerzos estéticos. Es autor que se detiene en cada frase, cincela con sobriedad elegante y escribe sin ondulaciones decorativas. La belleza de tiempo estancado de su niñez la vierte en una prosa con matices que son universos. En Casi unas memorias, acaso la más destacada de sus obras, se perciben la honradez y valentía. Nunca practicó el fracaso llamado insulto.