Fernando Aramburu



El pobre Leibniz se sentía abrumado por el exceso de libros que se imprimían en su época. Él, que ejercía de sabio universal, estaba persuadido de que el alud incesante de letra impresa devolvería al género humano a la barbarie. ¿Cómo retener en un cerebro más de cuatro generalidades sobre todo lo que conviene saber? Ocurrió aproximadamente lo contrario de lo anunciado por su vaticinio: una explosión del desarrollo técnico y científico, acompañada de un aumento desmesurado de las posibilidades de acceso a la información. Tampoco faltaron, por los tiempos en que se inventó el telégrafo, los agoreros que se apresuraron a proclamar la muerte de los periódicos, ni faltan hoy los enterradores de esos mismos periódicos o del libro de papel. Olvidamos con facilidad que el analfabetismo fue común hasta el otro día. Disfrutemos y hagamos disfrutar sin causar daño a nadie, como postuló Chamfort.