Fernando Aramburu



Todavía abundan los escritores para quienes constituye un desdoro consagrarse a la literatura en forma profesional. Algunos no ven bien mezclar el dinero con los resplandores del crepúsculo. Libre de tales escrúpulos, William Faulkner percibió honorarios desde su primer trabajo, una colección de poemas. Ganarse la vida y la bebida escribiendo novelas, guiones cinematográficos, lo que se terciara, no le impidió dejar huella perdurable en la memoria literaria de la humanidad. Su vida fue pobre en peripecias, si se descartan como hechos relevantes los libros valiosos que escribió. Trabajaba por la mañana y por la tarde, y terminaba el día soplando durante tres o cuatro horas bourbon. Se cerró a ultranza a toda difusión de su intimidad. En consecuencia, se abstuvo de redactar diarios o memorias. Queda su correspondencia, de la que apenas es posible extraer provecho biográfico. Asunto habitual de sus cartas es la preocupación económica.