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Opinión

Final

Por Ignacio García MayVer todos los artículos de 'Portulanos'

6 julio, 2012 02:00

Ignacio García May


La muerte de un veterano como Gustavo Pérez Puig arrastra consigo un cierto espíritu de final de época; una melancolía que casa perfectamente con ese clima crepuscular que estamos viviendo, con razón o sin ella, en casi todo. Vaya por delante que no puedo presumir de haberle tratado; sí he hablado en un par de ocasiones con su compañera de vida y de trabajo, Mara Recatero, a quien me une una anécdota muy española: cuando Mara ganó el premio Mayte se organizó una agarrada ridícula entre dos actores muy maleducados en desacuerdo con el fallo. La pelea tuvo lugar literalmente encima de un servidor. Para mi generación, Pérez Puig era el tipo de director al que no convenía imitar: alguien que mueve a los actores en el escenario sin profundizar demasiado en motivaciones de personaje, complejidades argumentales, y cosas similares. Y sin embargo daba una enorme importancia a los actores y tenía un olfato excelente para elegir textos. Defendió a Jardiel cuando el gran don Enrique estaba poco menos que excomulgado por la intelectualidad española y puso en escena algunos de los bueros más difíciles. Por lo demás, estoy convencido de que aquel Doce hombres sin piedad que dirigió para Estudio 1 con un reparto fabuloso despertó más vocaciones actorales que ningún otro programa. Cuando gestionaba el Teatro Español le llovieron los reproches por su personalismo y sus cachés extravagantes; viendo las cosas que hemos visto después en ese mismo teatro y en otros, la cosa sólo indica que seguimos teniendo dos raseros para los artistas, dependiendo de su opción ideológica. Gustara o no, fue fundamental en nuestro teatro. No son tantos los que pueden decir eso.