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Opinión

Ni hablar

Por Marta Sanz Ver todos los artículos de 'Ni hablar'

6 julio, 2012 02:00

Marta Sanz

Olvido García Valdés presentó hace algunas semanas su excelente poemario Lo solo del animal en La Casa Encendida de Madrid. Su anterior libro, Y todos estábamos vivos, apareció hace seis años. Lo que quiero resaltar no son el rigor y la intrepidez en la escritura que, en el caso de Olvido, se asocian a la necesidad de un tiempo e incluso de una difamada lentitud, sino un detalle de la presentación que me pareció muy lúcido.

Allí se sugirió que, en Lo solo del animal, el jardín era un símbolo. Olvido dijo: "No". El jardín era lo que estaba delante de su casa. Un jardín puede ser un símbolo del espacio atildado o agreste, cultivado o salvaje, vivo o muerto, de la poesía, pero una rosa es una rosa y un jardín, además de un símbolo, es un jardín sin más, un lugar concreto del mundo más allá de la abstracción y la asociación libresca. Un jardín ya tiene bastante con ser un jardín. Pide ser mirado por sí mismo. Más allá de las mixtificaciones.

La poesía está tan saturada de palabras llenas de palabras que se encapsula, diluye lo real y los estratos que lo constituyen, y a menudo con el pretexto de refundarlo, lo olvida. Ojalá la poesía dejara de ser el credo de sacerdotes que nos alumbran el lenguaje -animal que se muerde la cola-. Llevamos una carga excesiva de literatura sobre los hombros. Marguerite Yourcenar apuntó "De lo que andamos faltos es de realidades". Magritte pintó una pipa y debajo escribió "Esto no es una pipa". No, no es una pipa: es una representación. Pero también es una pipa. Y que cada uno se lo tome como quiera.