J.J. Armas Marcelo.
Resulta irritante que algunos epígonos de Melville o de Kafka, gente de buena salud, buen comer y mucha presencia física, invitados a congresos, saraos y reuniones pagadas por instituciones editoriales y culturales, quieran verse como si fueran Kafka o Melville, cuando no son sino sombras ligeras de escritura literaria que andan todo el día de citadores. Citan y citan a Kafka o a Melville, sin dar los nombres de los citados, y lo que quieren finalmente es el Premio Planeta. Pueden sin duda ser -en muchos casos es así-- escritores cultos, conocedores de pequeñas y grandes literaturas universales, pero no son escritores de culto ni ocultos, sino cultivadores de manera enfermiza del prestigio literario hasta creerse adorados por su tribu literaria, que repite sus nombres en discusiones vacías o tertulias de cantina y los elevan a los altares del santoral literario.
La revista Letras Libres da en el clavo con bastante frecuencia. En este verano han publicado un número edicado a escritores raros, casi siempre ocultos y muchos de ellos cultos o cultísimos, además de haberse convertido, tras su muerte, en escritores de culto para las tribus literarias. Durante décadas de su vida, estos escritores estuvieron sometidos a tal oscuridad que lo que más los poblaba como personas y escritores era el olvido o el silencio: o las dos cosas. Ahora, como santos, están en los altares del prestigio literario, gracias a sus sagradas escrituras, textos leídos hoy a destiempo.
Lo que digo de Kafka y Melville puedo decirlo de otros muchos escritores de culto. Un ejemplo clásico: Lezama Lima, un escritor culto y de culto que estuvo oculto mucho tiempo por su dificultad (su inmensa e infinita altura intelectual y su distancia ideológica) o de Joyce, al que seguimos cultivando como lo que es gracias sobre todo al Ulises: casi un siglo de lectura en todas las lenguas del mundo. Es difícil, pues, que un escritor de masas, convertidos en best-sellers sus libros por quienes sólo leen un libro o dos al año, sea un escritor de culto o, en todo caso, oculto, aunque puede muy bien ser un escritor culto, un hombre de letras, de mundo y con burdel.
Todo lo que digo es música sabida por los escritores de hoy, pero poco discutida en profundidad entre las jarcas y sectas literarias y académicas que adoran a los amigos y odian a los enemigos, dándoles al desamor o a la admiración amistosa un valor literario de plastilina y embuste. Kafka y Melville son una cosa y sus epígonos otra. Borges es un universo y sus albaceas unos pobres presuntuosos. No voy a ser tan impertinente como para dar nombres. Háganlo ustedes. Es un ejercicio muy recomendable, justo, equitativo y saludable. Pasen voluntariamente por esa prueba y lo verán con toda claridad.