Image: Escritores de culto, escritores ocultos

Image: Escritores de culto, escritores ocultos

Opinión

Escritores de culto, escritores ocultos

Por J.J. Armas MarceloVer todos los artículos de 'Al pie del cañon'

7 septiembre, 2012 02:00

J.J. Armas Marcelo.


No es lo mismo un escritor oculto que un escritor de culto, y a ninguno de los dos hay que confundirlos con un escritor culto. García Márquez no es un escritor culto, aunque cite a Sófocles como su escritor favorito. Tampoco lo es Hemingway, un escritor de cierta cultura y mucho mundo y burdel. Culto es Borges, que podía leer La Odisea en griego homérico y su traducción en latín clásico y varias lenguas vivas. Borges sabía lo que era un hexámetro dactílico (y un hemistiquio), y qué cosa era el ritmo yámbico original. Fue siempre un escritor de culto, amado y odiado por las tribus literarias del mundo entero, aunque nunca fue un escritor oculto. Oculto, hasta hace muy poco tiempo, fue Nicolás Gómez Dávila, un raro que ha llegado a ser escritor de culto, porque casi siempre hay que morirse (o ser un viejo enfermo con una salud de hierro, como Aleixandre) para llegar a ser escritor de culto y visible. El escritor oculto, casi siempre raro, léase en este caso la escritora Zenobia Camprubí, cultiva por muchas razones su invisibilidad y su ausencia físicas. Ni está ni se le espera, sus textos rompen su silencio, es rara y está a gusto con su lejana soledad. Juan Emar o Nicanor Parra son de esta estirpe. Son molestos, no se dejan ver y trabajan como fantasmas, entre las sombras de los demonios y obsesiones que los hacen escribir.

Resulta irritante que algunos epígonos de Melville o de Kafka, gente de buena salud, buen comer y mucha presencia física, invitados a congresos, saraos y reuniones pagadas por instituciones editoriales y culturales, quieran verse como si fueran Kafka o Melville, cuando no son sino sombras ligeras de escritura literaria que andan todo el día de citadores. Citan y citan a Kafka o a Melville, sin dar los nombres de los citados, y lo que quieren finalmente es el Premio Planeta. Pueden sin duda ser -en muchos casos es así-- escritores cultos, conocedores de pequeñas y grandes literaturas universales, pero no son escritores de culto ni ocultos, sino cultivadores de manera enfermiza del prestigio literario hasta creerse adorados por su tribu literaria, que repite sus nombres en discusiones vacías o tertulias de cantina y los elevan a los altares del santoral literario.

La revista Letras Libres da en el clavo con bastante frecuencia. En este verano han publicado un número edicado a escritores raros, casi siempre ocultos y muchos de ellos cultos o cultísimos, además de haberse convertido, tras su muerte, en escritores de culto para las tribus literarias. Durante décadas de su vida, estos escritores estuvieron sometidos a tal oscuridad que lo que más los poblaba como personas y escritores era el olvido o el silencio: o las dos cosas. Ahora, como santos, están en los altares del prestigio literario, gracias a sus sagradas escrituras, textos leídos hoy a destiempo.

Lo que digo de Kafka y Melville puedo decirlo de otros muchos escritores de culto. Un ejemplo clásico: Lezama Lima, un escritor culto y de culto que estuvo oculto mucho tiempo por su dificultad (su inmensa e infinita altura intelectual y su distancia ideológica) o de Joyce, al que seguimos cultivando como lo que es gracias sobre todo al Ulises: casi un siglo de lectura en todas las lenguas del mundo. Es difícil, pues, que un escritor de masas, convertidos en best-sellers sus libros por quienes sólo leen un libro o dos al año, sea un escritor de culto o, en todo caso, oculto, aunque puede muy bien ser un escritor culto, un hombre de letras, de mundo y con burdel.

Todo lo que digo es música sabida por los escritores de hoy, pero poco discutida en profundidad entre las jarcas y sectas literarias y académicas que adoran a los amigos y odian a los enemigos, dándoles al desamor o a la admiración amistosa un valor literario de plastilina y embuste. Kafka y Melville son una cosa y sus epígonos otra. Borges es un universo y sus albaceas unos pobres presuntuosos. No voy a ser tan impertinente como para dar nombres. Háganlo ustedes. Es un ejercicio muy recomendable, justo, equitativo y saludable. Pasen voluntariamente por esa prueba y lo verán con toda claridad.