J.J. Armas Marcelo
Monte Ávila, bajo la batuta de Carlos Noguera, adscrito al chavismo, acaba de publicar el Diario 1974-1983, de Ángel Rama. Es Ángel Rama en estado puro: buenos y malos en todas las páginas, rencores, maltrato, memoria retorcida, de las buenas y de las malas cosas de la vida. Lo que más me ha llamado la atención es la inseguridad que poblaba su vida y que lo obsesionaba hasta amargarlo. Hoy aquí, amueblando un nuevo apartamento; mañana viajando a otro lugar durante una temporada. Casi todos esos lugares son estadounidenses y universitarios: la mala conciencia del avasallador Imperio premiando a los pequeños rebeldes y "espartacos" del patio trasero. Y los rebeldes poniendo la mano para que el Imperio premie su condición de díscolos con cátedras, invitaciones, reuniones, congresos y doctorados.
La segunda confesión que tengo que hacer, tras leer los textos diarios de Rama, es que me asombra el amor que tiene por Marta Traba. Un amor verdadero, del que se siente huérfano cuando ella no está presente. Otra vez la inseguridad y la soledad juntas en una sola persona que lee, oye música, escribe en libretas y se altera por pequeñas cosas que apunta en sus diarios.
El tercer asunto del que vale la pena hablar sobre estos textos es su pésima respuesta al gran trato que le dio Venezuela, país que incluso le otorgó la nacionalidad cuando la dictadura de Uruguay se la arrebató. Rama fue un escritor y crítico mimado por Venezuela y su mundo institucional y cultural. En sus diarios, sin embargo, menosprecia a Venezuela, critica con dureza a los "borrachitos del CONAC" que, además, pagan las cuentas de los otros borrachitos, los escritores de la República del Este y de los bares de Sábana Grande. Critica con una dureza feroz a Sergio Antillano, que fue su padre salvador en Venezuela. Llama a Uslar Pietri "Goethe de provincias", y habla del mal gusto y al mismo tiempo el mínimo nivel cultural de Venezuela. Rama "inventó" la Biblioteca Ayacucho y, ahí sí tiene razón, se dio cuenta de que las reuniones para establecer títulos y autores de la misma eran una pérdida de tiempo. El nacionalismo de cada uno de los miembros directivos resultaba pavoroso e inane. Por fortuna, la Biblioteca Ayacucho salió bien, aunque Rama deje mal a todo el mundo en los diarios ahora publicados. Valía la pena leerlos, porque vale la pena desempolvar textos dormidos largo tiempo que iluminan la personalidad del escritor y sus luces y sombras personales y temporales.
Conocí a Rama en la plenitud de su gloria: todo el mundo lo respetaba aunque no estuviera de acuerdo con él en muchas cosas. Y se le reconocía su trabajo.Era una cumbre de su trabajo crítico, en cierta medida un ejemplo para la crítica literaria, y no solo literaria, en lengua española. Me parecíó un tipo incómodo, cáustico, bastante pagado de sí mismo. No importa. Como todo escritor, que se precia de serlo, Rama era y es un gran vanidoso. Aunque trata de ocultarlo en sus diarios, no puede evitar ser el centro de su propia escritura. Y, ¿por qué no añadirlo?, escribe mucho mejor el crítico que muchos de los criticados, aunque otros tantos lo sean injustamente. Si hubiera más textos como el de Rama publicados, sabríamos mucho más de los otros y de nosotros de lo que actualmente sabemos.