Image: Mirar el propio rostro

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Opinión

Mirar el propio rostro

Por Agustín Fernández Mallo Ver todos los artículos de 'Ctrl+Alt+Supr'

28 septiembre, 2012 02:00

Agustín Fernández Mallo


En su monumental, excesivo, radical, testimonial y magnífico, Visión desde el fondo del mar (Acantilado, 2010) -más de 1.200 páginas complementadas con la web- su autor, Rafael Argullol, cuenta la historia del pintor Hans Berg, quien, obsesionado por cómo era realmente su propio rostro decidió extraerse del cuenco ocular su ojo izquierdo para, una vez colgando éste por el nervio óptico -que aún lo uniría al cerebro-, agarrarlo con su mano, girarlo, enfrentarlo a su cara y ver, en efecto, cómo era realmente su rostro. Y lo hizo. Y murió desangrado. Naturalmente, nadie es realmente de ninguna manera, sino una red de miradas propias y ajenas y opiniones diversas. Ello no impide que todos en algún momento soñemos con la existencia de esa prístina visión.

El cineasta húngaro Béla Tarr firmó el año pasado una de las películas más interesantes de los últimos años, El caballo de Turín, fundamentada en una historia real: el 3 de enero de 1889 Friedrich Nietzsche sale de su casa, calle de Carlo Alberto, Turín, y en el transcurso de su paseo algo le hace detenerse en seco: un cochero está maltratando a su caballo, que se niega a dar un paso más. En una de las escenas más enigmáticas la Historia de las Ideas, Nietzsche rodea el cuello del caballo con sus brazos, llora y dice: "Madre, soy tonto". Luego el filósofo caerá en un mutismo -y locura- hasta 1900, cuando muere. ¿Qué vio Nietzsche en aquel caballo, qué significan sus palabras? ¿Vio su propio rostro a través de la mirada del caballo? Falta por escribir la Historia a través de la mirada de los animales; no de las humanizadas mascotas, sino de los animales.