J.J. Armas Marcelo

Manhattan es una ciudad donde ocurren milagros todos los días. He contado algunos de ellos en mis correrías por Manhattan. En la Madison, un día desapacible, venía una mujer gorda, negra, de edad venerable de frente a mí. Llevaba bastón y caminaba con dificultad. De repente, un tipo blanco, muy bien vestido, rápido y atractivo salió casi corriendo del edificio por el que yo pasaba en ese momento. Sorprendentemente, del bolsillo interior de su chaqueta se le escapó un papel que voló por el aire durante unos segundos. El hombre seguía corriendo hacia su destino, olvidado del documento que había perdido. El papelito bailó durante unos segundos en el vacío y fue a parar, cayendo con lentitud, a los pies de la mujer negra que lo vio llegar y lo detuvo en el suelo con su bastón. Ella sonreía feliz por su proeza. El hombre seguía corriendo, alejándose de nosotros.



Entonces, yo me puse a gritarle al tipo que volviera atrás. El hombre miró pero no hizo caso. Corrí hacia él y cuando llegué a la esquina le dije como pude que la señora gorda y negra tenía un documento suyo que él había perdido sin darse cuenta. El hombre se echó mano al bolsillo interior de la chaqueta. Se quedó amarillo, porque ahora sabía que había perdido el documento. Le señalé a la señora negra, que seguía sonriendo, inmóvil, con la punta del bastón encima del documento. El hombre vino entonces hacia la mujer. Al llegar a ella se agachó para coger el papelito. Ella levantó el bastón y dejó que él cogiera el documento. Era un talón bancario de 500.000 dólares. La alegría del tipo parecía histeria. Se reía a carcajadas y no sabía qué hacer. Yo entonces traté de ayudarlo. "Déle un abrazo de agradecimiento", le dije. El hombre blanco abrazó como pudo a la negra corpulenta que, gozosa, sonreía con un gesto de superioridad inmenso. Era el gesto de la caridad, de alguien superior que comprende y reconoce las torpezas humanas. Supongo que era una diosa negra bajada del cielo ese día a la Madison para hacer el milagro que yo estaba esperando.



En este viaje a Manhattan, que acabo de terminar volando hacia Arequipa, Perú, sucedieron varios milagros. Leí en un periódico español de gran alcance internacional que el cónsul cultural español (¿por qué?) en esta ciudad, un tipo desagradable y maleducado llamado -creo- Íñigo había fallecido. Bueno, pues apareció en el Instituto Cervantes el día que Vargas Llosa y Javier Rioyo dieron una lección de lo que es una conversación entre un escritor y un entrevistador. Allí estaba el hombre revoloteando por corrillos y rincones sin que se le hiciera mucho caso. No contento con el milagro de ese día, me sentí abrazado por la espalda y, cuando miro, veo a mi amigo Jorge Valdano.



Sucedieron muchos más milagros en Manhattan en este viaje. Un día íbamos caminando por la 42 muy cerca de Las Américas y nos topamos de frente con un tipo que era igualito a Lezama Lima. ¿Otra resurrección? Le hablé a mis acompañantes del aparecido de Trocadero y no di más importancia al asunto dándolo como una casualidad. Pero tres días más tarde, bajábamos por la 47 y, de repente, aparece otra vez el mismo Lezama Lima. Con su puro humeante y su lento caminar. Era clavado al cubano. Empecé a sospechar que el hombre era un alquilado de Rioyo que nos seguía por todo Manhattan para asombrarnos con sus apariciones sorprendentes. Un poco asustados, nos sentamos en la delantera de la Biblioteca Pública de Nueva York, mirando pasar a la gente mientras nos fumábamos unos "señoritas" y hablábamos de Lezama Lima y su Paradiso. Yo conté la vez que estuve solo con los originales escritos en tinta verde de la novela, en la Biblioteca José Martí de La Habana. Y cómo un chupinazo de adrenalina me tentó a robar aquellas páginas eternas. No lo hice y, aunque no lo crean, no me arrepiento.



Mientras fumaba con placidez otoñal, vi venir de frente un rostro y un cuerpo al que había visto fotografiado en multitud de ocasiones. "Miren, ahí va un Premio Nobel de Literatura, en el anonimato absoluto". Era Orham Pamuk, el novelista turco. Y encima, como escribió Hemingway, hizo buen tiempo en Manhattan.