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Opinión

Las vidas secretas

Por J.J. Armas MarceloVer todos los artículos de 'Al pie del cañon'

12 octubre, 2012 02:00

J.J. Armas Marcelo


Cada ser humano tiene tres vidas reales: la pública, la privada y la secreta. Los escritores se imaginan a veces una cuarta vida, una vida de ficción que oculta a veces la vida privada y olvida la vida secreta. La vida privada del escritor es pasto legítimo para sus biógrafos, así como su vida secreta, que el biógrafo viene obligado, si quiere serlo de verdad, a escarbar y a aclarar. La obra de cualquier escritor, y si es poeta mucho más, queda velada en ciertas esquinas que pueden ser importantes para su exégesis definitiva y para su comprensión final. Un poeta tan complejo como Valente, al menos en algunos libros, no será entendido del todo por sus lectores si no conocen su vida privada y su vida secreta, donde se ocultan las pulsiones más oscuras o quizá las más claras del hombre que se supo el poeta que fue. Al margen de su estética textual, cualquier escritor posee zonas oscuras -que trata de ocultarle a la realidad y a sus lectores- y que paradójicamente aclaran el poema, el cuento o la novela que parece ser inextricable. De Góngora a Lezama Lima "la cosa está en el barroco" (así decía el cubano), pero bajo la forma difícil tal vez -en la parte más oculta del alma- está el tesoro más claro de su obra.

Algunos gacetilleros (hay cruces en la vida tan grandes, yo no sé...; escribo parafraseando a Vallejo) mienten al hablar de los escritores gracias a una piedad que se inventan los propios gacetilleros para no decir la verdad que no les gusta. Si un poeta, por contradicciones de su vida, por loco o por su propia voluntad, se suicida tirándose por una ventana, el periodista, que dice estar en posesión de una ética incuestionable y que actúa "como notario de la realidad" (¡!), viene obligado a escribir que el poeta se suicidó y no que estaba arreglando la ventana y se cayó desde el cielo sin querer. La verdad es la verdad, la diga a Agamenón o su porquero, pero lo peor que puede hacer un porquero es creerse Agamenón cada vez que escribe en su periódico lo que él cree que los demás nos vamos a tragar porque él lo escribe en su periódico. Seguro que Juan de Mairena, el fino pensador machadiano, tendría para este escribiente una descripción sin paliativos: embustero.

El caso del cubano Reinaldo (o Reynaldo) Arenas es paradigmático. Él mismo no encontró ningún obstáculo en desnudarse por completo, siempre a su favor, en esa suerte de maravillosa y dramática autobiografía titulada Antes que anochezca (Tusquets). En sus páginas, el hiperbólico Arenas confiesa haber tenido relaciones sexuales en Cuba con cinco mil hombres, una cifra muy superior a la que cualquiera de nosotros puede imaginar en la mejor o más exagerada de las vidas. Pero así era Reynaldo (o Reinaldo) Arenas y no voy a ser yo quien lo ponga en duda.

La vida secreta de un escritor está llena de perlas verdaderas. Un biógrafo viene obligado por su escritura a desentrañar los aparentes misterios que el escritor biografiado guarda en el desván del silencio más absoluto. Por qué tal o cual amorío, por ejemplo, decidió que el escritor escribiera un determinado libro de poemas o una novela. ¿Por qué no puede saberse y escribirse, que se sabe y se escribe (quienes tienen que saberlo y escribirlo), D.H. Lawrence escribió El amante de Lady Chatterley? ¿Quién es la X a quien Vargas Llosa dedica Travesuras de la niña mala? Y, en todo caso, ¿es eso importante para la lectura y la comprensión de la novela de Lawrence o de Vargas Llosa?
Para un lector superficial puede que no resulte importante, pero para un lector estudioso (lo que impropiamente Cortázar llamaba "lector macho") me parece que sí. ¡Cuánto más para un biógrafo! Lawrence, ¿se cobró una deuda de amor y su novela es un ajuste de cuentas? ¿Es otro ajuste de cuentas con el tiempo, con alguna mujer o algún hombre, escritor tal vez, la novela de Vargas Llosa. Ahí está el papel del estudioso,y no digamos del biógrafo.

Quienes mienten, diciendo además que tienen la verdad en el alma y la ética en el corazón, son los verdaderos cínicos de la literatura. Creen que limpiar la imagen de los escritores de los que escriben es limpiar la suya y llenan de embuste la vida secreta y privada de los escritores (y hasta la pública y conocida) por un prurito bastardo que apela siempre a la educación y al buen sentido. La vida secreta del escritor es una mina llena de recovecos para encontrar el filón real, la veta dentro de la cual está la verdad definitiva de la vida del escritor, la vida del poeta. En fin, la vida y la obra, que en un escritor de verdad suelen ser la misma cosa.