Fernando Aramburu



Seguro de fascinar al alumnado, el profesor nos contaba la historia del escorpión que, atrapado en un círculo de fuego, se clavaba el aguijón a sí mismo porque prefería la muerte al dolor. Cualquier cementerio convencional confirma que el ser humano tampoco está por la tarea de sufrir: allí todo el mundo descansa por fin en paz. Yace uno confortablemente muerto, disgregado de su conciencia y sus sentidos, imposibilitado de tocar el arpa y saborear el vino; pero por lo menos libre de dolor. El dolor es mala manera de contemplar amaneceres y no hay peor dolor que el que perfora a uno mismo. Claro que asistir al padecimiento de un hijo compone un paisaje tan directamente insoportable que ni siquiera se deja describir con metáforas. Un dolor pasajero te rompe la tarde. Un dolor crónico es la medusa que, nadando dentro de ti, consiste en tu vida enteramente.