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Opinión

Opiniones de payasos, bufones y zarandajas

Por J.J. Armas Marcelo Ver todos los artículos de 'Al pie del cañon'

26 octubre, 2012 02:00

J.J. Armas Marcelo


Escribo desde Caracas, Venezuela, y releo El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce (en la magnífica edición del Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). En la entrada de Patriotismo se lee: "Basura combustible siempre a punto para que le aplique una antorcha cualquiera que abrigue la ambición de iluminar su propio nombre. En el famoso diccionario del doctor Johnson, el patriotismo se define como el último refugio del sinvergüenza. Con el debido respeto que merece un lexicógrafo tan ilustre, aunque menor, me atrevería a afirmar que es el primero". Entrada de Patriota en El diccionario del diablo: "Alguien a quien los intereses de una parte le parecen más importantes que los del todo. Bobo que manejan los políticos e instrumento de los conquistadores". ¡Que les den el Bufón de Oro, ex aequo al citado doctor Johnson y al gringo viejo, Ambrose Bierce! O, en su defecto, al infierno con ellos. Algunos otros bufones de esta misma envergadura intelectual distinguen entre patriotismo y nacionalismo. Seguro que hay matices, pero no me interesa aquí sino la esencia de la zarandaja. Unamuno, gran bufón de oro del 98, dijo que "el nacionalismo era la chifladura de exaltados echados a perder por malas digestiones históricas". Y, al hablar del nacionalismo catalán, añadió que ese mismo nacionalismo era "la petulante vanidad de un pueblo que se cree oprimido". ¡A la hoguera con Unamuno o que le den la cicuta! El aborrecible bufón de oro argentino Jorge Luis Borges decía que el nacionalismo era una manía de primates y el patriotismo la menos perspicaz de las pasiones. Obsérvese con detalle el sarcasmo criminal e intolerable del autor de El Aleph. ¡A la guillotina o, mejor, que le den garrote al bufón mayor de la lengua española! A otro de esos tipejos, bufones histriónicos e histéricos, Erasmo de Rotterdam, el autor de Elogio de la locura (mal traducido en origen: es Elogio de la estulticia, otro día hablamos de eso), no se le ocurrió otra boutade al hablar del nacionalismo que decir que "para el hombre dichoso todos los países son su patria". Pero ¿dónde va ese hereje loco, que todos los países son su patria, qué es esto? Claro que no hay peor sordo que el que no quiere oír ni escuchar lo que le dice otro bufón de oro, esta vez catalán, para que quede claro: "El nacionalismo es com un pet, només li agrada a qui se´l tira" (Josep Pla, nada menos). Y encima viene ese Fernando Savater, a quien se le ocurre la permanente locura de ser libre y escribe en Contra las patrias cosas tan horribles como ésta: "Todas las madres y todas las patrias nos quieren pequeños para que seamos más suyos".

¿Qué habría que hacer con tantos intelectuales que nos salen ranas, que no quieren seguir la letra del Mein Kamp nacional y los himnos patrios, qué hacer con Odiseo, que se pone a arar en el mar para que lo tomen por loco y no ir a la guerra de Troya? Guerra, de eso habla otro bufón de oro, el borracho iluso de Guy de Maupassant: "El nacionalismo es el huevo de donde nacen las guerras". Además de mal cuentista y pésimo escritor, resulta un total inútil cuando se pone a hablar de política. ¡Que le den ricino, que éste aguanta poco y se arrepiente pronto de sus disparates!

¡Qué pensar de todos aquellos traidores que pudiendo elegir la lengua de la patria escogen para escribir y ser famosos la lengua del Imperio que nos sojuzga, nos humilla y nos oprime desde hace cinco siglos! ¿A qué condenar a estos judas iscariotes que escriben en español, y no en nuestra lengua madre, qué hacer con Conrad, por ejemplo? A la hoguera con él, por brujo y por rabudo. Sigo escribiendo en Caracas, y mientras bebo un ron Pampero Aniversario y fumo un largo y profundo Edmundo, leo en Einstein: "El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la Humanidad". Otro que tal baila, que no respeta a la tribu ni a la tierra sagrada. Aunque "todo imbécil execrable", según reclamó el bufón llamado Shopenhauer, "que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en el último recurso, el de vanagloriarse de la nación a la que pertenece por casualidad". Sic transit gloria mundo. Aquí pan y en el cielo nacionalista bizcochitos.