J.J. Armas Marcelo



No se trataba de establecer jerarquías en el Boom de la novela latinoamericana de los 60, sino de celebrar el principio de el terremoto literario que estalló en aquella época con un estruendo cuyo eco llega todavía en los libros vivos que nos quedan de entonces. El primero de esos libros vivos, La ciudad y los perros, cumple medio siglo de existencia con una vitalidad asombrosa. Leer y releer este texto narrativo constituye un hallazgo que abrió el Boom en curiosidad intelectual a los cuatro puntos cardinales. Y si hoy ese mismo texto se presentara a una de las grandes editoriales de lengua española, con sus pomposos y casi siempre inútiles procedimientos se selección, más comercial que literaria, ¿pasaría las alcabalas de los lectores "profesionales" de las renombradas editoriales? En 1961, la novela de Vargas Llosa corrió el riesgo de ser olvidada en los anaqueles de los originales inservibles. Un editor, Antonio Pérez, en Ruedo Ibérico, París, le negó la posibilidad de ser publicada en Francia. Vargas Llosa creyó que nunca sería publicada en España. Por la censura franquista. Claude Couffon le señaló el camino a Barcelona y el nombre del mandarín: Carlos Barral.



Pero La ciudad y los perros, que aún no se titulaba así, sufrió un retraso en el interés del editor por un informe negativo de lectura de uno de sus profesionales: el informe decía que la novela era una inmoralidad (había incluso escenas de bestialismo), que el texto no era claro, que tenía muchas dificultades de lectura y que, además, el autor no conocía bien la sintaxis de la lengua "castellana". Eche usted y no derrame. Fue el propio Barral quien redescubrió el original olvidado en algunos de sus despachos de Barcelona (lo contará años después él mismo en el prólogo de Los cachorros) y le dio vida editorial. Luego vino el Biblioteca Breve, todo lo demás y estalló el Boom.



¿Y si hoy Julio Cortázar presentara un original como Rayuela a alguna de esas editoriales todopoderosas, aquí o allá, sería tenida en cuenta por los lectores y los directores de las editoriales? ¿Y si alguien presentara Cambio de piel, la novela en la que Carlos Fuentes trató inútilmente de subirse a la corriente de aquella eterna novela titulada Bajo el volcán? ¿Le habrían hecho caso los editores si no se llamara ya Carlos Fuentes? Creo que no. Los tiempos han cambiado para mal en la literatura, los editores exigen claridad en el texto, "que se lea de un tirón, y que atrape al lector desde la primera página" . O sea, cuantos más "códigos Da Vinci" y catedrales inmensas mucho mejor. ¡Viva el gótico flamígero y facilito! Se trata de vender y lo de la literatura queda en segundo plano. Editor hubo hace poco cuya meta era publicar en su casa editorial un millón y medio de ejemplares de los libros que fueran. Incluso llegó a publicar una novela horrorosa de ¡la mujer de entonces de Pablo Milanés! Eche usted, amigo y no derrame.



Editores hay, en América y en España, que siguen creyendo que la literatura es el camino más corto para el triunfo editorial. Estuve hace poco con varios de ellos en Caracas. Un venezolano, por ejemplo, Ulises Milla (de casta le viene al galgo). Un español, por ejemplo, Manuel Borrás. Son ejemplos de editores literarios a la viaje usanza: criterios literarios y editoriales, metas estéticas, profundidad intelectual, jerarquización.



Así, y no por casualidad o de otra manera, tuvo lugar el Boom de los 60 en la novela latinoamericana: era la literatura. ¿Para qué les voy a dar los títulos si todos ustedes son lectores informados que saben que, salvo matices siempre respetables, tengo bastante razón en cuanto digo hoy, al menos hoy? Por eso, por esos editores, por los lectores y por la literatura, estamos terminando de celebrar esta semana, bajo la Cátedra Vargas Llosa, el congreso de "El canon del Boom". Digo celebración y digo recuerdo vivo. Dicho lo cual, me sumerjo durante el fin de semana en algunos capítulos de Rayuela, esa novela que, junto a Paradiso (Lezama Lima), sólo editores de verdad, que los hay pero menos que en los 60, estarían dispuestos a "correr el riesgo" de publicarlas. O quizá le verdadera literatura narrativa ya no esté de moda y lo que se busque es un lugar al sol de las listas de los best-sellers en el tiempo mínimo posible. Todavía me sonrío cuando recuerdo cómo uno de estos escritores, un pavo real del best-seller, se pavoneaba afirmando -y era verdad- que había vendido 25 millones de ejemplares de sus novelas...