Arcadi Espada



Últimamente he leído dos libros gordos. Pensar rápido, pensar despacio, de Kahneman (Debate) y Los ángeles que llevamos dentro, de Pinker (Paidós). El primero tiene 672 páginas y pesa 800 gramos. El segundo tiene 1.104 páginas y pesa un kilo y medio. Los dos son extraordinarios, imprescindibles para ser un hombre bien educado. Aunque su tamaño podría reducirse: hay una indiscutible querencia del ensayo anglosajón por el mazazo. En fin: así de gordos y de grandes los han hecho sus autores y hay que apechugar. Yo apechugo leyéndolos en mi iPad dos retinas, que pesa 662 gramos. El de Kahneman, en una correcta versión para ebook que funciona con Bluefire Reader. El segundo, en un pdf que administro con iBooks, por gentileza de la editorial: no sé por qué extraña cuestión de derechos el libro de Pinker en español solo puede comprarse impreso. Yo leo mucho tumbado, para que el conocimiento pueda fluir y empape todas las vísceras del alma. Pero me tumbe o me siente, aguante o no el libro con las manos, la superioridad de la máquina sobre el volumen es absoluta. No es solo una cuestión de peso, claro. También de comodidad al pasar las páginas, de visión general, de posibilidad de anotaciones o de búsqueda. La lectura de libros en la máquina ha mejorado ahora con dos novedades de Apple: una racionalización de iBooks, que ya permite copiar y compartir texto, y la aparición del iPad mini, que pesa ¡312 gramos! Es incomprensible que este iPad que puede cogerse con una mano y es ideal para leer libros no lleve pantalla retina, es decir de calidad tipográfica. Digo: los únicos que defienden la superioridad del libro impreso son los que lo usan para cualquier cosa que no sea leer.