Ignacio García May



Vale, de acuerdo: el país está hecho un asco, Europa peligra, los mayas acertaban con sus dichosas profecías y los extraterrestres están a punto de invadirnos y exterminarnos. Y el teatro, ¡ah, el teatro!, vive momentos lamentables. Dicho esto, mientras los que siempre lo han tenido todo no dejan de quejarse de cómo andan las cosas que ellos mismos dejaron así, son quienes no poseen nada los que están cambiando la geografía teatral de nuestra ciudad. Porque no sólo es cuestión de dinero: hay cosas en nuestro teatro que están tan muertas como el modelo social que las ha generado y es preciso enterrarlas para hacer sitio a los vivos. En las cercanías de Quevedo, en una zona donde hace años había cines y teatros y ahora sólo hay cines y tiendas de ropa, abre sus puertas una nueva sala que además funciona como escuela, El Sol de York. En torno a Ventas, barrio habitualmente ajeno al teatro, coinciden el merecido éxito del premiado musical sobre Raquel Meller de la Sala Tribueñe, y la reciente puesta en marcha de Draftinn, espacio que apuesta sin ambages por la investigación teatral. En el centro de nuestra capital unos jóvenes intrépidos defienden la magnífica idea de un teatro por capítulos que además se hace en un café-librería, La Buena Vida, mientras que ese otro grupo de tipos estupendos y sin prejuicios que en verano nos hicieron disfrutar con La pensión maldita, estrena ahora El psicópata, su nuevo espectáculo interactivo de magia y terror. Basta ya de dedicarle páginas al lamento: cedámosle el espacio a esta gente y a otros bravos como ellos que, padeciendo las mismas penurias económicas que los demás, han decidido apostar por reinventarse.