Fernando Aramburu



Si sólo fueran repulsivos, como sus monstruosos ascendientes, quizá ya los habríamos liquidado. En todo caso, difícilmente las sucesivas generaciones habrían hecho de ellos objeto de reiterada fascinación. Suyo es el reino de la noche, teatro del mal, el pecado y el horror. Con el curso de los siglos han ido mejorando de aspecto. Fueron y serán encarnaciones demoníacas, aunque desde el romanticismo para aquí, a primera vista, no lo parezcan. La iconografía actual los pinta atractivos, elegantes, respetuosos de las fórmulas de cortesía. Ni siquiera el clásico inaugural de Stoker, exento de dandismo, está libre de ser vinculado a una imagen de aristocrático refinamiento. A veces son mujeres hermosas y también muerden. ¿Cómo no entrever una pulsión sexual en los labios rojos, en la boca que extrae placer del cuello de la víctima, en el disfrute goloso de la sangre? Quien mire dentro de sí acaso encuentre uno.