J.J. Armas Marcelo
Sí, es un escritor lento, pero imparable. Mientras cada uno de los poetas de le Generación del 50 bajaban enteros en su obra con la llegada de la edad provecta, Caballero Bonald ejecutaba la función contraria: dentro del bosque de esa misma edad, su obra iba creciendo en edad, saber y gobierno. Una de sus características: la desobediencia, en la vida y en la escritura, lo convertía en un paradigma del poeta díscolo y, por ende, resistente (no superviviente, sino resistente) a los múltiples elementos que deterioran al ser humano a lo largo de los años. Otra de sus características más obvias: el trago, la dipsomanía de la madrugada, la interminable conversación con sus amigos, la carcajada al final de la noche. La amistad, en suma.
Durante un viaje a Estocolmo, a finales de los 70, vi cómo murmuraba para sí un poema que luego publicaría en Laberinto de fortuna. Estábamos al borde de una plaza llena de clochards y homeless hiperbóreos: gentes blanquísimas en la más absoluta miseria alcohólica. De aquella visión casi aterradora durante la madrugada estival de Estocolmo, Caballero Bonald escribiría un bellísimo poema en prosa que releo para recordar que el lujo de escribir mal no se puede permitir en quienes llevamos ejercitando la escritura más de cuarenta años. Un par de años más tarde hicimos un viaje por América y en un hotel de Buenos Aires vi cómo Caballero Bonald recitaba algunos de sus poemas a la actriz Ursula Andress, que había accedido a tomarse con nosotros (gracias a la simpática insistencia de José Esteban) un dry martini excepcional. Al terminar dos de sus poemas, Caballero Bonald inició el recitado de los primeros versos del gran poema del Dante. Tenía un italiano argelino, el mismo tono que cuando hablaba francés, pero eso lo convertía en una voz mestiza mucho más exótica ante la actriz que había sido la más hermosa del mundo durante la temporada en que todas las noches íbamos a cenar al Gades.
Ahora, con el Cervantes ya en su biografía, me he tomado la libertad de esperar unas semanas para homenajear a uno de mis maestros vitales y literarios como realmente se merece: coram populi, sin medias tintas, contento de que, por fin, se cumpla una vez más en la vida la justicia literaria. Contento de que el poeta Caballero Bonald siga escribiendo y publicando. Contento de su amistad cómplice y de su cercanía.