J.J. Armas Marcelo



Estoy en la playa más hermosa del mundo, Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria. Leo, tendido en una hamaca y a cubierto del sol: caen las horas amarillas sobre la playa y la mar de color plata. Al fondo, en el horizonte, se dibuja la silueta del Teide en un cielo entre naranja y fuego. Termino de leer una muy buena novela: Un asunto sentimental Alfaguara, Lima, 2012), de Jorge Eduardo Benavides. Tomo un trago de ron Arehucas, fumo un Edmundo y cierro los ojos. Así escribo en la playa, con los ojos cerrados y la memoria enhiesta. ¿A quién persigue Jorge, el narrador de la novela, a lo largo y ancho de un periplo por ciudades cuyas leyendas urbanas están en la literatura universal, desde Damasco hasta Lima?, me pregunto mientras el alisio canterano baña mi piel de salitre y yodo. A la literatura: Dina, Dinorah, Tina, la mujer de Un asunto sentimental, es exactamente la literatura. Y esta interpretación no es, ni mucho menos, un retruécano. El narrador de la novela galopa tras el recuerdo a veces borroso y otras veces explícito de una mujer de la que no sabe si está o no enamorado, pero que se convierte en el artífice, motor y artificio literario de la novela. Hay decenas de nombres de escritores, amigos de Benavides, el autor (y el narrador), que aparecemos con gusto en estas páginas sentimentales y bajo la efigie central de la literatura, es decir, la escritura literaria. Por eso también me parece la mejor y más madura novela de cuantas ha escrito hasta ahora Jorge Eduardo Benavides.



Cuando Efrain Krystral, el estudioso que más sabe de Vargas Llosa en el mundo entero, leyó Travesuras de la niña mala, llamó sorpresivamente por teléfono al Nobel de Literatura y le hizo saber el descubrimiento principal de su lectura: Somocurcio, el personaje masculino, era su propio trasunto literario, mientras que bajo el disfraz de "la niña mala" se ocultaba el Perú, el país amado y odiado, el país donde más aman y odian al novelista Nobel. Cuando terminé de leer el último capítulo de Un asunto sentimental, lo primero que hice fue desechar la idea de que Benavides había tomado como prototipo de su novela la de Vargas Llosa. Ni siquiera en lo que podamos decir que es su estructura se parecen las dos novelas, de modo que lejos de mí, como han hecho otros en Lima, la tentación de compararlas. Sí es verdad que Benavides despliega en las páginas de su magistral relato un cuento tan viejo como la narración oral y tan literario como la Dulcinea del Quijote: la mujer que es la vida, que aquí (al menos a mi modo de ver) es la misma literatura. De manera que Benavides ha fundado un reino, el suyo (literariamente hablando), donde el narrador, en primera persona, persigue por el mundo, y lo va descubriendo, al amor de su vida, que es -repito- la escritura literatura, la niña rebelde y llena de leyendas que la hacen todavía más esquiva y gloriosa. A lo largo de la novela, visitamos ciudades que habíamos visto ya en otras novelas, pero en la de Benavides todas están en función de la literatura (de la mujer que se persigue en cada página), la bellísima sombra femenina que lo enloquece y al mismo tiempo le da toda la fuerza para seguir persiguiéndola (la literatura, lo que Vargas Llosa llama "la insaciable solitaria".



Con los ojos cerrados, tumbado en mi hamaca, sigo pensando en la novela de Benavides y sigo escribiendo mentalmente esta nota que ustedes están ahora leyendo. Esta playa también forma parte de mi literatura: es para mí una leyenda personal, una mujer inasible (parte de la literatura que quiero escribir), una sombra de aire, un suspiro esencial, opio sagrado en mi respiración. He pasado una tarde excelente con las últimas páginas de la novela de Benavides, en la playa, sin que nadie me moleste con sus bazofias locales, en medio de los guiris, como si yo mismo fuera un extranjero: una de las cosas que más me gustan del mundo, sentirme un extranjero entre los más cercanos, como Dinorah, Tina, Dina, la literatura en la magnífica novela de Jorge Eduardo Benavides, por quien brindo antes de salir de la playa de mis amores, aquí, en el Trópico de Cáncer y muy cerca del Sahara, África.