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Opinión

Para que todo siga como está

Por J.J. Armas Marcelo Ver todos los artículos de 'Al pie del cañon'

1 febrero, 2013 01:00

J.J. Armas Marcelo


Al Príncipe de Lampedusa no le hicieron caso en toda su vida. El hombre era un sabio literario, la última fibra de una estirpe legendaria en Sicilia y toda Italia, daba clases privadas de literatura francesa, fumaba mucho, caminaba por Palermo como una sombra del pasado, escribía y leía. Los mandarines intelectuales de su época, desde Vittorini a Vasco Pratolini, lo despreciaron como escritor, le endilgaron el cartelito de reaccionario y lo destinaron al silencio infernal de Dante. Después de muerto, vino la gloria y El Gatopardo fue elevado a los altares incluso por la izquierda dominante en la cultura italiana, aunque el primero que dio la voz de alarma fue Louis Aragon. Cuando estaba vivo le negaron todos el pan y la sal de un simple aplauso y Lampedusa paseaba, en la más absoluta soledad, su tristeza asmática y fumadora por las ruinas del viejo Palermo bombardeado por los aliados libertadores de Europa. Incluso llegaron a decir que El Gatopardo no lo había escrito él, sino su madre. Sic transit gloria mundi.

Ahora que nadie lee parece que todo el mundo ha leído a Lampedusa, de manera que irrita un poco ver y oír mal citado en todas partes el nombre de escritor. "Como decía Lampedusa", oigo a algunos tertulianos de la radio, periodistas y escritores de postín, cultos y cultivados, "que nada cambie para que todo siga igual". Como decía el barbero de mi juventud canaria, "por favor, no mezclen los churros con las Meninas". "Según la filosofía de Lampedusa", dice otro sabihondo hablantín, "hay que hacer algunos cambios para que todo siga igual". Hablan y no paran de la circunstancia actual de la corrupción en España y aparece inmediatamente el nombre de Lampedusa, sin que quienes lo citan y lo manejan sepan ni siquiera quién era el escritor del que hablan todo el día. Pero, ¿tú sabes quién es Lampedusa?, le pregunté a uno de estos notables del reino periodístico de las tertulias. "Un escritor de Sicilia, me parece", contesta satisfecho.

En realidad, Lampedusa no tenía ninguna filosofía particular, tal como se le atribuye, ni dijo nunca nada de cuanto dice esa frase que dijo. Lampedusa escribió El Gatopardo sobre el Príncipe de Salina y Sicilia, la Sicilia que entra en Italia de la mano de Garibaldi. Vienen nuevos tiempos y los viejos nobles están acabados. El sobrino del Príncipe de Salina es quien dice exactamente esa frase a la que son tan aficionados los tertulianos. En uno de los primeros episodios de El Gatopardo, le explica a su tío que si quieren que todo siga igual es preciso que todo cambie. Y el tío, el gran protagonista de la novela, tarda casi dos páginas en entender lo que está ocurriendo: con los nuevos tiempos, llega la hora del dinero, del oportunismo, de la juventud. Es otro momento que a él no le pertenece. Sus privilegios son una ruina, su situación es una catástrofe: se necesita sangre nueva y una clase advenediza (e incluso maleducada, pero rica) que se mezcle con la suya para que todo siga igual.

El otro día volví a ver durante tres largas horas y con sumo placer El Gatopardo original que filmó Visconti y al que los productores cortaron por la mitad de tiempo. El baile de los aristócratas, que dura más de cuarenta minutos, lo dice todo: ahí está la vaina, la historia y su final, el final de la historia y el comienzo de un tiempo nuevo. La nobleza se ha corrompido, la hidalguía histórica murió arrasada por su propia incuria y descuido: llegan nuevas clases, las clases del dinero, a hacerse cargo del instante que llamamos Historia, con mayúsculas. Por eso irritan las comparaciones. Ahora que todo el mundo reclama un pacto de los grandes y pequeños partidos políticos; ahora que estallan los escándalos de corrupción en España y que, injustamente (como hace siempre el populacho), se lapida a todos los políticos a la vez, mezclando "churros y chorizos con Meninas", conviene leer un poco y hablar menos de lo que no se sabe. Porque aquí, en España, todo el que sabe no habla y todo el que habla parece que no sabe. "Como diría Lampedusa, sólo se sabe lo que se sabe decir", citaría el ampuloso, siempre equivocado.