J.J. Armas Marcelo



En un curso de verano de El Escorial, coincidí con John Le Carré en el ascensor una mañana en que los dos bajábamos a desayunar. Le hablé, en mi inexistente inglés, de El sastre de Panamá. Le dije que la película me había gustado menos que la novela; que una vez, en Ciudad de Panamá, me pasé una tarde en la casa de Adolfo Arias, el actor panameño que cubre el papel de presidente de su país; le dije, como pude, que Arias vive al fondo del barrio de San Felipe, justo sobre el mar; la terraza de su casa es literaria: los pelícanos (cuacos, en Panamá) sobrevuelan tan cerca de nosotros, que estamos sentados tomándonos un trago de ron "Abuelo", excepcional, que parece que van a caer sobre la terraza; hablé con Adolfo Arias de literatura y el tipo me recitó en inglés largos párrafos de Hamlet y una pila de sonetos de Shakespeare; que nos habíamos reído tanto que, al final, el viejo actor y yo no sabíamos si estábamos borrachos de ron o de amistad (o de las dos cosas). Le Carré vestía aquel día de El Escorial un traje de lino blanco y una camisa azul mar: parecía un modelo de vejentud.



Ahora que estoy de nuevo en Panamá, almuerzo en el Jimmy con Rosa María Britton, la autora de una de las novelas más desternillantes que puedan leerse hoy en español, Historias de mujeres crueles. Una maravilla de humor y escritura literaria que editó Briseida Bloise en Alfaguara/Panamá, aunque es un texto que no debería quedarse en las tierras del Canal sino salir a la aventura de La Mancha y recorrer todas las literaturas de nuestra lengua. Antes de yo conocer a Rosa Britton, pasó por Panamá una tal Rosa Regàs, que me puso a caer de un burro delante de quienes luego han llegado a ser mis amigos íntimos, empezando por Rosa María Britton. Lo comentábamos a carcajadas, mientras nos bebíamos nuestras Balboas heladas. "Es conveniente que venga siempre antes que uno mismo un enemigo que te ponga a parir. Luego llego yo y cuesta menos trabajo demostrar que no tienen razón", le dije. ¡Ah, los enemigos, qué mal los veo en estos momentos de crisis!



Juan David Morgan, otro amigo íntimo del que me hice amigo porque la tal Regàs le abrió la curiosidad intelectual de tanto hablarle mal de mí, me contó en la tarde, con un par de cafés de amistad de por medio, que los escritores panameños siempre han estado en crisis. "Como en todos lados", le aclaré, "salvo los ricos como tú, los escritores somos todos pobres". Juan David acaba de terminar una novela sobre el pirata Morgan, que no tiene nada que ver con el apellido que él lleva, aunque todo el mundo cree los contrario. No leí todavía el original, pero el texto promete, según Neko Endara, que sí lo ha leído. Morgan, no el pirata sino el escritor y amigo,me contó que el poeta nacional panameño Ricardo Miró nunca lo pasó bien en la vida, económicamente hablando. Lo invitaban a fiestas, bautizos, cumpleaños y bodas, para que el poeta recitara unos versos floridos sobre la marcha y el hombre comía y bebía todo cuanto le apetecía en cada fiesta, además de cobrar unos dólares que le venían muy bien.



Un día, durante una boda, el poeta bebió más de la cuenta y se quedó dormido en un rincón del festín. La madre de la novia se volvió loca buscándolo, hasta que por fin, cuando ya la pareja se marchaba de la boda, dio con él, maltrecho y con un malhumor terrible. "Poeta, los versos, los versos, que se van los novios", clamó la suegra. El poeta preguntó cómo se llamaba la novia. "Clara", dijo su madre. El poeta volvió a preguntar: cómo se llama el novio: "Vergara", dijo la suegra. El poeta cerró sus ojos con religiosidad y, unos segundos más tarde, lanzó una de las cuartetas que lo mantendría para siempre en la boca del populacho panameño. "Esta noche, a horas tempranas,/ a su hermosa novia Clara/ le introducirá Vergara/ las dos sílabas primeras". Casi lo matan entre los invitados que atendían sus versos magistrales. Panamá, Panamá, Panamá: una vez más. No sólo es el asombro del Canal, la selva, las tierras altas, las playas y el mar. Es sobre todo la gente, como mis amigos.