Fernando Aramburu



Hay ricos que se apenan de los pobres. Los desnutridos de África, las favelas, los basureros de Calcuta y eso. Mueren tantos niños cada año. Los ricos, si donan el 1% de sus beneficios (sic), acaban mañana con el hambre. Disponen de la solución para todo: el dinero. Y quieren (están en su derecho) dormir tranquilos, disfrutar de sus muebles, pescar un pez espada al atardecer. El rico, ser superior, puede, si se le antoja, ejercer la caridad. Su corazón de oro, ay su corazoncito dorado, le sugiere que se fije en los necesitados que deambulan allende la tapia del jardín. El rico se limita a cumplir lo que viene dictando la naturaleza desde la primera bacteria: ser el más fuerte. De noche, acostado en su gloria, cuenta para conciliar el sueño los camellos que pasan por el ojo de la aguja. Cuarenta y uno, cuarenta y dos...