Fernando Aramburu



Fui estudiante universitario a finales de la UCD y principios del PSOE. Me eduqué persuadido de una falsa pero estimulante convicción: que el progreso traza una línea infinitamente ascendente. Hoy la línea desciende en picado. Al parecer (¡con lo que me quejaba!), tuve la suerte de frecuentar la universidad española en una de sus mejores épocas, cuando un afán colectivo por modernizarse impulsaba la actividad intelectual. Recuerdo profesores jóvenes, competentes, motivados. ¿Burocracia? En Zaragoza me dieron unas hojas, las rellené y ya estaba matriculado. Había debate, a menudo prolongado con el profesor en la cafetería de la facultad. Tres faltas de ortografía en el examen y estabas perdido, amiguito. Jamás sentí que me formaran para incorporarme al engranaje de una multinacional. Se fomentaba la calidad de la persona, la independencia de criterio y la curiosidad por aprender e investigar. Eso sí, durante las clases fumábamos como carreteros.