Image: La luna en la terraza del sultán

Image: La luna en la terraza del sultán

Opinión

La luna en la terraza del sultán

Por J.J. Armas Marcelo Ver todos los artículos de 'Al pie del cañon'

5 abril, 2013 02:00

J.J. Armas Marcelo


La primera vez que fui a la India, juré no volver más. Sin embargo, volví seis meses más tarde en un viaje de un mes para buscar una novela que me había contado un amigo indio. Habían matado en su casa a un profesor de español que era muy querido entre sus alumnos. Los fines de semana, el profesor -mallorquín de nacimiento- viajaba a Khayurajo, al centro del país, para buscar, según decía él, "el origen de la homosexualidad masculina", que situaba en los templos de aquella belleza de ciudad. Su muerte fue una sorpresa y un misterio, pero luego le ocurrió, a quien lo suplió en el cargo, otra desgracia, también con muertes y secuestros. Un día, ya en Madrid, y con la historia en la cabeza, decidí irme al Central, en la Plaza del Ángel, donde me contaron que recalaba de vez en cuando quien había sido el profesor de español después del asesinado. Se había escapado de la India y escondido en el fondo de Madrid, con sus hijos (de la primera mujer, india) y con su nueva mujer (también india). Y allí estuve yo, en la barra, sentado sobre un taburete hasta que el muchacho entró y se sentó a mi lado en silencio. Ni él me conocía ni yo hice por decirle que lo conocía. Al Central había ido yo a escuchar y ver música, desde Paquito D'Rivera a José Antonio Ramos, conciertos espléndidos donde se podía fumar y al mismo tiempo beber whisky, ¡qué tiempos!, pero nunca fui a buscar a un personaje de una novela que tenía que escribir y me flotaba en la cabeza. La novela termina con un tercer caso, que le sucede al profesor que suple al segundo profesor (aquel que estuvo sentado a mi lado en el Central sin saber que yo estaba trabajando sobre un episodio de su vida), pero que no voy a contar aquí, entre otras cosas porque no pierdo la esperanza de escribir la novela, cuyo título es el de este comentario, La luna en la terraza del sultán, que procede de una frase de Octavio Paz en "Visiones de la India". Durante más de un año, me dediqué a leer todos los libros que los extranjeros habían escrito sobre la India, desde Forster a Mircea Eliade, con la idea de acercarme a comprender un universo tan lejano como el de la India, con un mundo espiritual tan intenso y contradictorio que para un occidental parece un laberinto o un rompecabezas indescifrable.

He ido a la India después dos veces más, siempre buscando elementos para la novela, además del color local. He escrito más de cien folios de la novela, que permanece en un archivo de mi ordenador como un cadáver durmiente que espera el momento de la resurrección, que todavía ni yo mismo sé cuál es. La novela tiene lugar en los tiempos de Indira Ghandi y la modernización de la India, cuando sojuzgó los privilegios de tanta aristocracia y los limitó como a cualquier otro ciudadano. A la Maharaní de Jaipur le invadió el fuerte Amber buscando materiales ilegales. Le encontró unas libras esterlinas y la metió en la cárcel. Es una de las historias de la novela, porque lo que realmente iba buscando Indira Ghandi era un tesoro de perlas negras únicas en el mundo y que no encontró nunca. Seguro que la Maharaní supo ponerlas a buen recaudo fuera del poder inmenso que Indira Ghandi tenía en aquellos momentos sobre la India. En los ratos libres de Delhi, me iba hasta la Plaza Indira Gandhi a ver libros. Allí compré una edición inglesa de India, de V.S. Naipaul, uno de mis autores favoritos, y la leí en inglés, con todas las dificultades que para mí tiene esa lengua y las que ofrece además la escritura de Naipaul.

Ahora estoy en Lima, Perú, una ciudad que no es bella y que para encontrarle el alma hay que estar muy atento a los barrios más humildes, donde, sea dicho de paso, un tipo como yo no puede entrar sin encontrarse al menos incómodo. Estoy en Lima y ya la reconozco mejor, y caminando por Salaverry, no sé por qué se me ha venido a la cabeza la novela de la India que tengo que escribir. Será porque aquella vez que en el Central me encontré con mi personaje sin que él lo supiera, Vargas Llosa escribía allí mismo uno de los capítulos finales de El sueño del celta. Aunque ustedes no se lo crean, la historia es así y nadie puede llevarme la contraria.