Glenn Miller Café
Por J.J. Armas Marcelo Ver todos los artículos de 'Al pie del cañon'
26 abril, 2013 02:00J.J. Armas Marcelo
En el Glenn Miller Café, después de un par de Jameson secos, me puse a hablar en mi inexistente inglés con un joven sueco que resultó ser experto en Carlos Gardel. Me dijo que no era argentino, sino francés, y yo para verlo desesperarse le decía que no era francés ni argentino, sino uruguayo. Estuvimos discutiendo una hora sin entendernos muy bien, él en su mal inglés y yo en un pésima lengua de la que Vargas Llosa dijo un día, tras escucharme un discurso en lo que quería ser un imposible inglés, que era maorí. El joven dúo del Glenn Miller Café atacó de repente una delicia jazzística y felizmente interminable de "As time goes bye" y dejé de hablar con mi amigo sueco y volví a centrarme en la música. Le dije después a Joan que Riukychi Terao era el único traductor que había en el mundo que podía traducir del japonés al español, y viceversa. Hablaba un español caribe, de la costa este venezolana, de donde algunos no tan amigos dicen que soy originario (pero que me da vergüenza y me hago pasar por canario, que tampoco es poco). "Yo nací en una excrecencia venezolana en la desembocadura del Orínoco", dije de repente citando a Naipaul, odiado en su isla de Trinidad y querido por otros muchos mundos más desarrollados.
Esa misma tarde habíamos estado visitando la tumba de Olof Palme en Estocolmo y le referí a Joan Álvarez la anécdota real del ex primer ministro sueco con Otelo Saraiva de Carvalho, aquel coronel de los claveles portugueses. Palme le preguntó a Saraiva, en un cara a cara que tuvieron en la televisión sueca, que para qué habían hecho la revolución en Portugal. "Para acabar con los ricos", contestó el impulsivo militar. "¡Ah!, fíjese usted qué cosa tan curiosa", le dijo entonces Olof Palme, "aquí, en Suecia, todo lo que hacemos lo hacemos para acabar con los pobres". Visto el destino de cada una de esos países después de medio siglo de lucha me inclino por pensar que Palme tenía (y sigue teniendo) toda la razón. Al final, comenzados a hablar de Larsson y acabamos de acuerdo en que el novelista sueco había relanzado la novela negra, que ahora impera en el gusto de los lectores y las editoriales de todo el mundo.