Francisco Javier Irazoki



Confiamos en la capacidad difusora de las redes sociales. Pero siempre va a existir el caso del artista valioso cuya obra se queda al margen de los prestigios multitudinarios. Por error, moda, ensimismamiento, injusticia política u otras dificultades. Para los escritores de mi generación y origen geográfico, el nombre del poeta Jorge G. Aranguren está unido a la riqueza de la lengua castellana. De él seguimos aprendiendo, aunque los caprichos de la fama lo dejen en la penumbra. No es un ejemplo aislado. Recientemente he leído dos relatos y una novela, Tulipa (editorial Caldeandrín), de la autora cubana Mayda Anias, afincada en Ávila. Ha publicado tres libros más con insuficiente eco en los medios de comunicación. Sin embargo, al llegar a las últimas líneas de sus textos, empieza la pregunta: si Anias hubiera nacido en las mismas fechas que Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti y el resto de excelentes miembros del boom iberoamericano, ¿qué lugar de honor le habría correspondido? Entre treinta y ocho y cincuenta y seis años más joven, no los imita, sino que comparte con ellos naturaleza, sensibilidad, visiones. La atmósfera de Comala encuentra en su prosa un equivalente imprevisto. Además añade el extraño poder de su lenguaje. En el léxico de Mayda Anias son frecuentes las palabras desconocidas por los españoles, pero esa exuberancia no interrumpe la comprensión y el goce. Porque sabe construir las frases de manera que el vocabulario extenso y la fluidez sean armoniosos. ¿Cómo celebrar estos deleites aún minoritarios? A los editores y lectores que postulan la literatura de calidad les corresponde dar la respuesta. Y dilatar los placeres.