Arcadi Espada



Ignacio Vidal-Folch ha escrito su mejor libro, y lleva varios y todos estimables. Se llama Lo que cuenta es la ilusión y es una especie de diario escrito entre los años 2007 y 2010, aunque las fechas se han sustituido por cifras: la primera nota lleva el número 18.801 y la última el 20.008. Lo que quizá indique que es un diarista de órdago y que lleva mucho tiempo entregado a un afición hasta ahora privada. No todos los asuntos que incluye me interesan por igual. Hay algunos, incluida la forma de tratarlos, que responden cruelmente a la descripción de este último párrafo de la portada: "Una obra vagamente crepuscular, humanista e inteligente, que explora el territorio impreciso de lo humano y donde el apunte belicoso y destemplado comparte página con la observación más delicada y sutil." Pero la mayoría, por suerte, nada tienen que ver con el regurgitado punto de vista del literato. Son apuntes de un gran vigor intelectual, incrustados además en un costumbrismo anómalo y moderno. La mirada de Vidal-Folch sobre Barcelona, ya probada en su Museo secreto, pero aquí más densa y humana, devuelve la ciudad a una ética remota, cuando aún no se había convertido en un cromo provinciano y pandillero. A la escritura no le falta (ni le sobra: gracias a dios) un humor ciertamente particular. El autor, por ejemplo, puede largar una diatriba contra el aforismo en la 19.386 para clavar uno, y bastante bueno, en la 19.388. La escritura diarística es una trampa, incluso para los mejores. El riesgo de la afectación es aún mayor que el de la banalidad. En este sentido la voz narrativa de nuestro autor es ejemplar. Su escritura recuerda extraordinariamente aquella gran sentencia einsteniana, de jurisdicción no solo científica sino también literaria: "Hágalo simple, pero ni un milímetro más."