Francisco Javier Irazoki

En 2004 falleció el fotógrafo más destacado en el retrato femenino y las sensualidades de la moda, el berlinés Helmut Newton. No parecía fácil que hubiese herederos de su poética de erotismo altivo, tacones de aguja, sugerencias y tenebrismo elegante. El testigo pasó a las manos de un inglés de Lancashire. Se llama Simon Procter, nacido en 1968. Confiesa la admiración por Newton, pero su fotografía no se detiene en los ambientes suntuosos. Los estudios de Bellas Artes lo llevaron a la pintura y a la escultura; también a reconocer otra maestría: la del neoyorquino Richard Avedon, que con el mismo afán cuidó las imágenes de las celebridades y las de los mineros o pescadores del Oeste americano. En el mundo de Procter hay un lujo hecho con explosiones de retales coloridos. Un barroquismo recio. A menudo algún personaje de enormes alas aparece rodeado por multitud de jóvenes. Varias mujeres exhiben los vestidos mientras corren, caen desde alturas indefinidas, levantan una ola. No es rara la presencia de caballos, jinetes, bailarinas enlazadas a una sombra blanca. El movimiento individual o colectivo y la perspectiva son de notable fuerza plástica. Luego están las pasarelas. Dice que ama "esa efervescencia y el caos organizado". En los desfiles trabaja con un equipo de hasta cincuenta ayudantes. Pero asimismo logra ser un artista solitario, con la única compañía de su asistente Juliette Bates. Las fotos en blanco y negro de Simon Procter transmiten así el lado íntimo, de belleza sobria y no menos evocadora. En París compartimos el patio de vecinos. Me gusta ver cómo pasa delante de nosotros su figura alta de melena negra y su todavía más misteriosa humildad.