Image: Historias borradas

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Opinión

Historias borradas

Por Marta Sanz Ver todos los artículos de 'Ni hablar'

7 junio, 2013 02:00

Marta Sanz


Larry McMurtry escribió una novela que Peter Bogdanovich llevó al cine: en The Last Picture Show, reeditada por Gallo Nero, un mundo se acaba. Una sensibilidad y una manera de entender las cosas se consumen al mismo ritmo que desaparecen las salas de cine de las pequeñas ciudades estadounidenses. De idéntica tachadura en la fisonomía de Brooklyn habla Woody Allen en el documental en torno a él. Si el medio es el mensaje, la desaparición de las salas de cine implica que ya no se contarán las mismas historias y esas historias borradas, al dejar de formar parte de nosotros, cambiarán nuestra catadura moral. La gente frente a la cajetilla negra de su televisor -perniciosa para la salud como el más alquitranado de los tabacos- reduce el tamaño de su pasiones y de su confianza en esos relatos que nos salvan de las miserias, ya sea porque funcionan como una lupa que agranda las enfermedades del cuerpo social, ya sea porque nos abren un espacio para huir de las realidades hostiles. Yo me mostraba crítica con esas ficciones que convierten al receptor en alguien engolosinado con los sueños que se marcha nadie sabe adónde. Después de leer a María Teresa León o Paca Aguirre, que vivieron historias tremebundas y lucharon como los imprescindibles de Brecht, me retracto de mi inclemencia de torera de saloncito. Para ellas, las ficciones supusieron una tabla de salvación.

Los pequeños negocios exhiben carteles de traspaso y en la puerta de los cines se echa la reja. Cerrado por reformas. Si el edificio no cae por ruina, abrirán allí otra globalizada tienda de modas. Estaremos más guapos, pero es probable que también seamos mucho más imbéciles.