Marta Sanz



Llega a mis manos un suplemento cultural dedicado al sexo hipster y me quedo atónita: no logro resolver la contradicción básica entre el rechazo hipster al consumismo y el ensalzamiento de formas de vida alternativas, y la obsesión por lo vintage, el veganismo -sale por un ojo de la cara-, la tecnología china de telefonía móvil y las películas de Wes Anderson o Jarmusch: sus Flores rotas, a mí que soy viejísima para ser hipster, me encantan. Saco en claro que hay que llevar gafas aunque no las necesites, usar gorritos y leer a Kerouac. Lo más interesante de la mezcla de cultura hipster y sexo es la reflexión en torno al deseo múltiple como bien de consumo en la era del capitalismo, frente a la posesión del amor romántico también en sintonía ideológica con un individualismo que sustenta -y se sustenta- en la ética del Capital. Desde esa perspectiva, todos los relatos amorosos serían conservadores. Se trataría de encontrar vínculos eróticos que reforzasen los lazos con la comunidad cuestionando una lógica amorosa asentada en valores de un modelo económico injusto: ahí identifico la misma contradicción básica que al comienzo y tal vez la dificultad de solucionarla es la que nutre las muchas novelas que últimamente se han publicado sobre amor y sexo: La invención de amor de Ovejero; Las vacaciones de Íñigo y Laura de Cardelús; El luminoso regalo de Vilas. Después del verano, saldrá La habitación oscura de Isaac Rosa, un libro donde el sexo adquiere una incisiva dimensión simbólica. Amo, deseo, consumo sin querer consumir, prosumo sin parar, vivo en un barrio gentrificado, tengo lectores gafapasta, como lechuga… A lo mejor soy hipster y no me he dado cuenta. Tengo miedo.