Francisco Javier Irazoki



Paseo por Atenas. Para no tropezar con restos arqueológicos, los transeúntes evitan fijarse en las colinas interiores de la urbe. No escuchan la música del idioma de sus habitantes. Pronto, en las cercanías de la Acrópolis, caen los prejuicios.



Una forma de conseguir que el hombre moderno regrese a la modestia es someterlo a la prueba de observar la inteligencia con que fue concebido el Partenón. La armonía o los juegos visuales ideados por Fidias y sus arquitectos en el siglo V antes de Cristo continúan asombrando. Esta síntesis de ingenios ha sido iglesia bizantina, mezquita musulmana, un depósito de pólvora que estalló durante los ataques venecianos. Pero la pasión ateniense por la cultura sigue activa. Callejeo después de disfrutar con la belleza que contiene el Museo Arqueológico Nacional. En una librería de ocho pisos, rodeada por edificios neoclásicos, un grupo de jóvenes discute sobre las obras de Constantino Cavafis, Giorgos Seferis, Odiseas Elitis. No olvido la opacidad política. El cinismo ya no es la rebeldía noble de la escuela filosófica de Antístenes y Diógenes de Sínope, sino que el uso moderno de la palabra cínico exige alejarse de la noción de nobleza. Aquí nació el término y aquí se ha estropeado. A pesar de la excitación económica del verano, la crisis impone su presencia grande: la muchedumbre de turistas consume frente a un paisaje de viviendas inacabadas. En las afueras de la ciudad, se repiten los esqueletos de muchas casas sin concluir. Confirmo el deterioro de las instalaciones olímpicas. Y a veces una minucia nos resume: la derrota se concentra en los paneles publicitarios con capas sucesivas de anuncios rasgados por la desidia.