J.J. Armas Marcelo

Jordi Bilbeny, investigador literario, filólogo y catalán, ha afirmado en plena canícula agosteña que Cervantes era catalán, procedente de Xixona, de una familia Servent. Añade que el Quijote fue escrito en catalán (y que, por eso, está tan mal escrito en castellano, y luego vuelto a escribir en la maldita lengua del Imperio por la censura que, en aquel tiempo, imperaba en el país. Para darle solidez a sus hipotéticas imposturas trae a la palestra nada menos que a una verdadera auctoritas en estos asuntos quijotescos y cervantinos: Francisco Rico. He preguntado a notables cervantistas que me recuerdan que la partida de bautismo de Cervantes está y consta en Alcalá de Henares (y en ese tiempo, también me lo recuerdan los quijoteros, el recién nacido era bautizado inmediatamente por miedo a su muerte). No me voy a meter en camisas de once varas ni en jardines que se bifurcan más de la cuenta, pero el caso sirve para entender las orejeras que se cuelgan los nacionalistas de cualquier género a la hora de su insoportable poquedad, a la hora de atribuirse un RH que dé gloria y lustre a la nueva historia que, de un lado al otro confín, se inventan todos los días.



Recuerdo que, hace un tiempo, caminaba tan tranquilo desde mi casa en Las Palmas de Gran Canaria hasta el Catalina Park, de cuya frontera urbana no paso y donde me siento en las tardes a tomarme un ron Arehucas blanco y fumarme un par de habanos de los muy buenos. De repente, se me pegó un tipo de cuyo nombre no me acuerdo y me dijo que tenía que hablar conmigo de Galdós. Palabras mayores. Me detuve a escuchar sus peticiones. Lo primero que me dijo es que había escrito un trabajo de investigación en el que demostraba que Benito Pérez Galdós era guanche. "Tiene raíces y pedigrí guanches". Me asombró el aplomo del investigador. Y le expresé mis dudas: tanto Pérez como Galdós no figuran entre los pocos apellidos que nacen con la Conquista (entre los que están el primero de los míos, Armas, y Guanche; o Doramas, Oramas, Perdomo o Negrín). Además, le dije, buscar pedigrí a un escritor como Galdós, que es algo más que una simple referencia literaria, era una pérdida de tiempo. "Y, en el fondo, una impostura", le dije. El hombre se sorprendió y terminó por confesarme que iba a presentar en la Universidad tal ensayo del Galdós guanche como un doctorado. Como pude, caminando sin parar, me lo quité de encima y recuperé mi paso y mi respiración normales. Un tiempo antes, una escritora a la que estimé mucho como persona y como intelectual local, había puesto de moda en Canarias (donde todo surrealismo es posible, normal y cotidiano) la tesis de que Cristóbal Colón, a quien el mismo Jordi Bilbeny y otras autoridades tildan de catalán, no había sido un hombre sino una mujer. Le objeté que la broma era divertida, pero que con esa teoría se cargaba la leyenda del famoso huevo de Cólon, porque si Colón era mujer no se podía hablar de sus huevos, aunque sí de sus ovarios. La fama del asunto se expandió por el territorio surrealista de las islas con gran contento de la población intelectual y de los culturetas localmente internacionales.



Decía César Moro que en todas partes cuecen habas, pero que en el Perú sólo se cocían habas. Hay que contradecirlo: que las habas, aunque sean diferentes, se cuecen en todas partes, hasta en los lugares más pequeños del planeta donde la poquedad de la impostura es inversamente proporcional al tamaño del territorio. Ahora, al final, recuerdo aquel chiste del President Pujol en Pekin, explicando en una rueda de prensa multitudinaria qué era Cataluña. Un chino le preguntó, de repente, que cuántos millones de personas tenía su país. Pujol contestó sin exagerar el número. "¿Y en qué hotel se hospedan?", volvió a preguntar el chino. La insoportable poquedad de la impostura termina, en un país como el nuestro, por cobrar carta de naturaleza de autoridad real.