Fernando Aramburu

Años atrás, cuando me establecí en el extranjero, golpeó mi atención un hecho que juzgué inesperado. La imagen de España en el exterior era bastante menos negativa que la proclamada por tantos españoles sobre su propio país. Comprobé también que los problemas y conflictos de la sociedad española no exceden en proporción ni en gravedad a los de otras naciones. Depende, claro está, de cuáles sean los términos de la comparación. En lo que pocos superan al español medio es en el aborrecimiento hacia lo propio. Y la historia a menudo infortunada de España le ofrece abundante colección de flagelos con que practicar su arraigado negativismo. Imperfecto, pero razonable, además de admirado en Europa, fue el periodo llamado la Transición, surgido de una voluntad compartida de consenso. Hay quien le achaca los malos tiempos actuales. Otro gallo nos cantaría si tuviéramos la clase política de entonces.