Marta Sanz

Después de cinco años en paro, un cincuentón encuentra un empleo: hará algo que le gusta por un salario digno. Podía ser el argumento de un cuento maravilloso. Aunque tal vez ustedes sean exigentes con la verosimilitud y le pongan pegas a la historia, porque todo el mundo sabe que la realidad supera la ficción y somos más tolerantes con la realidad realidad que con la ilusión de realidad. Firmamos un pacto de credulidad más sólido con el telediario que nos informa de que los burros vuelan, que con la fantasía de que los burros vuelen en una fábula. Lo primero es verdad porque lo dice Ana Blanco -este axioma puede aplicarse a las razones para las guerras y a las estadísticas de jóvenes en el exilio-; lo segundo nos resulta inverosímil pero, pese a todo, tal vez valoremos las buenas intenciones del escritor que ha querido transmitirnos esa esperanza de la que andamos tan necesitados: me refiero a la historia del parado y no a la de los burros voladores. Pero ¿qué ocurre cuando la realidad se fuerza para convertirse en espectacular?, ¿qué pasa cuando la pornografía del reality se pone la careta de 'servicio público' y, bajo esa máscara, el hecho de que un hombre encuentre trabajo logra que el espectador llore y la audiencia suba?, ¿no se está devaluando el significado del concepto 'servicio público'?, ¿no se utiliza la crisis como excusa comercial?, ¿no se está engañando a la gente con un falso buenrollismo solidario que mete el dedo en nuestras partes más blandas y doloridas?, ¿no es el retorno de la caridad -como en el escandaloso 'apadrine un universitario'- una sustitución espuria de las obligaciones de un gobierno? A mí todo esto me produce vergüenza. Y si hablamos de las competiciones televisadas de emprendedores, ya ni les cuento.